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Ideología y Poder en la Consolidación, Colapso y Reconstitución del Estado Mochica del Jequetepeque El Proyecto Arqueológico San José de Moro (1991 - 2006)

Para Don, Donna y Donnan

Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado Y.1, Martín del Carpio P., Katiusha Bernuy Q., Karim Ruiz R.2, Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B. y Carole Fraresso3

Publicado en: Ñawpa Pacha 29. Berkeley, Institute of Andean Studies, 2009.

Abstract

In the last twenty years the archaeology of the North Coast of Perú has produced some of the most remarkable and sustained results in the history of Peruvian archaeology. One seldom mentioned aspect is that many of the most productive research programs are long lasting efforts, constituted by multidisciplinary and multinational teams of researchers. By 1991 four such research projects (Sipán, Huaca de la Luna, Huaca El Brujo and San José de Moro) were already exploring different but correlated aspects of the evolution of Moche society. The San José de Moro Archaeological Project (PASJM) has studied the cultural development of the Jequetepeque valley throughout approximately 1000 years, focusing on the nature of ritual practices and their role in power strategies. Although best known for its Late Moche burials of elite females, SJM has produced one of the most detailed occupational sequences and data to support an alternative explanation of the way Moche society rose to become not one but a cluster of the most advanced early states in the new world. This paper summarizes 16 years of research, attempting to make sense of the way data was gathered and hypothesis and interpretations were crafted, all of which have shaped our understanding of the peculiar nature of SJM, of the Jequetepeque Valley, and ultimately, of the evolution of complex societies in the North Coast of Perú.

Resumen

En los últimos veinte años la arqueología de la costa norte del Perú ha producido algunos de los más sobresalientes y sostenidos resultados en la historia de la arqueología peruana. Un aspecto pocas veces mencionado es que muchos de los programas de investigación más prolíficos han sido esfuerzos de larga duración, constituidos por equipos interdisciplinarios e internacionales. En 1991 cuatro de estos programas (Sipán, Huaca de la Luna, Huaca El Brujo y San José de Moro) estaban ya explorando diferentes aspectos de la evolución de la sociedad Mochica. El Proyecto Arqueológico San José de Moro (PASJM) ha estudiado la secuencia de desarrollo del valle de Jequetepeque por aproximadamente 1000 años, concentrándose en la naturaleza de las prácticas rituales y en su papel en las estrategias de poder. Aunque es más conocido por sus tumbas de mujeres de élite del periodo Mochica Tardío, SJM ha producido una de las más detalladas secuencias ocupacionales y datos para sustentar una explicación alternativa de cómo los Mochicas se convirtieron no en uno sino en un grupo de los estados tempranos más complejos en el nuevo mundo. Este artículo resume 16 años de investigaciones, reflexionando sobre los métodos aplicados y los resultados obtenidos, así como sobre las hipótesis e interpretaciones formuladas, todo lo cual ha moldeado nuestro entendimiento de la peculiar naturaleza de SJM, del valle de Jequetepeque y, en última instancia, de la evolución de las sociedades complejas en la costa norte del Perú.

Programa Arqueológico San José de Moro, Pontificia Universidad Católica del Perú. sanjosedemoro@pucp.edu.pe University of North Carolina, Chapel Hill, Department of Anthropology Universitat Autònoma de Barcelona. Institut de Recherche sur les Archéomatériaux - Université Michel de Montaigne de Bordeaux III.

Desde 1991 el Proyecto Arqueológico San José de Moro ha venido investigando el desarrollo, colapso y reconstitución de las sociedades complejas en la parte norte del valle de Jequetepeque (Figuras 1, 2 y 3); es decir, la larga y detallada sucesión de procesos culturales por los que atravesó el sitio y la región a lo largo de las sucesivas ocupaciones Mochica, Transicional, Lambayeque y Chimú (Figura 4). En los dieciséis años de trabajo del proyecto, las investigaciones han enfatizado las excavaciones estratigráficas conducidas en San José de Moro, a través de las cuales se han estudiado múltiples aspectos de su historia ocupacional, en particular las prácticas rituales y funerarias. A partir del año 2000 se ampliaron las investigaciones a otros sitios arqueológicos en la región, principalmente aquellos que fueron contemporáneos con las ocupaciones registradas en San José de Moro y que tuvieron funciones análogas o complementarias. Este esfuerzo, sumado a los de otros investigadores, ha permitido examinar aspectos insospechados de las sociedades precolombinas que se desarrollaron en el valle de Jequetepeque y estudiar los complejos procesos culturales que configuraron la región.

San José de Moro (SJM), ciertamente, es un sitio arqueológico singular tanto por la riqueza de los artefactos y contextos que encontramos allí, como por su disposición estratigráfica. En él abunda evidencia de su importancia como centro ceremonial regional al que acudían personas de todo el valle de Jequetepeque para celebrar rituales muy elaborados, particularmente entierros de miembros de la élite y rituales de culto a los ancestros (Castillo 2000a, 2004). Relacionados con la evidencia funeraria, hemos encontrado artefactos y contextos que indican que existió una producción masiva de chicha y de alimentos que habrían servido para darle sustento a las poblaciones que asistían y participaban en los rituales. Coincidiendo con el colapso Mochica en Jequetepeque (aproximadamente en el año 850 d.C.) se multiplican las evidencias de que SJM fue parte de una red de interacción e intercambio que cubría prácticamente todos los andes centrales, lo que ex-plica la alta frecuencia, en las tumbas y otros contextos ceremoniales, de artefactos provenientes de Cajamarca, Chachapoyas, Ayacucho y la Costa Central y Sur. Los ritos que se celebraban, que incluía una versión de la «Ceremonia del Sacrificio» (Donnan 1975), seguramente fueron escenificados alrededor de la Huaca La Capilla, la estructura más grande del sitio, que data de la ocupación Mochica (Figura 3). El presupuesto carácter regional de los rituales que se celebraban en SJM nos llevó, a partir del año 2000, a una ampliación de la escala y ámbito de investigación, no sólo con excavaciones de gran dimensión en el sitio (Figura 3), sino con investigaciones de sitios contemporáneos en el resto del valle y de otros correspondientes con el periodo Mochica Tardío (Figura 2).

San José de Moro es una extensa colina de aproximadamente 150 hectáreas de extensión formada entre dos brazos del río Chamán, 5 km al norte de la ciudad de Chepén, en el departamento de La Libertad (Figuras 2 y 3). Su superficie se eleva aproximadamente siete metros sobre los terrenos de cultivo que la circundan y, sobre ella, se encuentran numerosos montículos de diferente configuración que fueron producidos por actividades domésticas, durante las ocupaciones Chimú y Lambayeque, y ceremoniales, durante las ocupaciones Mochica y Transicional (Figuras 3 y 4). Tanto los montículos como las áreas que los rodean presentan una densa estratigrafía que en algunos casos alcanza los ocho metros de capas superpuestas correspondientes a casi 1000 años de ocupación continua.

El valle medio y bajo del Jequetepeque es una de las regiones más estudiadas del Perú, tanto en su arqueología, como en su historia y geografía. Durante el período virreinal se estableció allí una serie de poblados sobre las bases de antiguos asentamientos prehispánicos. San Pedro, Pacasmayo, Jequetepeque, Guadalupe y Chepén son mencionados en censos y visitas coloniales, así como por los primeros exploradores y viajeros. Más aún, poblados más pequeños como Pueblo Nuevo, Pacanga y Chérrepe también figuran en los documentos (Cock 1986; Martínez de Compañón [1782] 1978; Ramírez 2002; Figura 2). De esta época destaca el trabajo del padre agustino Antonio de la Calancha, quien vivió en el monasterio de Guadalupe y reportó una serie de aspectos importantes acerca de la naturaleza, historia y tradiciones del valle (Calancha [1638] 1974).

Figura 1. Mapa de la Costa Norte del Perú con la ubicación de los principales sitios arqueológicos Mochicas, en la región Mochica Sur y en las tres áreas de desarrollo de la región Mochica Norte.

Figura 2. Mapa del Valle de Jequetepeque con la ubicación de los principales sitios ocupados durante los Periodos Mochica, Transicional, Lambayeque y Chimú.

Las investigaciones arqueológicas en el valle de Jequetepeque se iniciaron en la década de los años treinta, con los trabajos de Heinrich Ubbelohde-Doering (1983) y sus discípulos Hans Disselhoff (1958) y Wolfgang y Gisella Hecker (1990). En 1965 Paul Kosok incluyó vistas aéreas de los sitios arqueológicos más importantes del valle de Jequetepeque en su estudio sobre la vida, la tierra y el agua en elPerú. Don Óscar Lostanau y don Óscar Rodríguez Razetto, el primero por sus observaciones y trabajos de preservación, el segundo por su colección y ambos por el apoyo a los investigadores, contribuyeron al desarrollo de la arqueología jequetepecana. En la década del setenta, a raíz de la construcción de la represa Gallito Ciego, Rogger Ravines (1982) hizo un catastro de los sitios arqueológicos que iban a ser afectados y se realizaron excavaciones en algunos de ellos, como Monte Grande (Tellenbach 1986). En la misma época, David Chodoff condujo las primeras excavaciones estratigráficas en área en SJM (Chodoff 1979). Una aproximación complementaria, en la que se evaluó la relación entre los recursos y los sitios arqueológicos, fue el estudio de los sistemas de irrigación precolombinos hecho por Herbert Eling (1987), quien situó el origen de los sistemas complejos de irrigación en época Mochica, anticipando la complejidad organizativa del valle. Varios estudios de los patrones de asentamiento se han llevado a cabo, entre los que destacan el de los esposos Hecker (1990) y el que Tom Dillehay y Alan Kolata (Dillehay 2001) han realizado últimamente para todo el valle. Los trabajos de Christopher Donnan han sido los más extensos y sostenidos en el valle, con excavaciones en Pacatnamú, La Mina, San José de Moro, Dos Cabezas y Mazanca (Donnan y Cock 1986, 1997; Narváez 1994; Donnan y Castillo 1992; Donnan 2001, 2006). En los últimos años, las investigaciones se han incrementado. Merecen destacarse los trabajos de Carlos Elera en Puémape (1998), Carol Mackey en el Algarrobal de Moro (1997) y Farfán (2005), William Sapp en Cabur (2002), Edward Swenson en San Ildefonso y otros sitios (2004), Marco Rosas en Cerro Chepén (2005), Ilana Johnson en Portachuelo de Charcape (Johnson, en prensa), Scott Kremkau en Talambo, entre otros (Figura 2).

 

Figura 3. Plano de San José de Moro con indicación de los montículos y las áreas excavadas entre 1991 y 2007.

En el contexto de estas investigaciones, el Proyecto Arqueológico San José de Moro se ha distinguido por ser un esfuerzo sostenido, abocado al estudio de uno de los pocos sitios que combinan las funciones de cementerio y de centro ceremonial y que aún preservan amplios sectores intactos. Las excavaciones en esta área han producido, hasta la fecha, datos novedosos respecto a las prácticas rituales y funerarias de las sociedades Mochica, Transicional y Lambayeque. La estratigrafía del sitio es singular no sólo por su densidad, sino porque contiene artefactos que permiten construir una secuencia cronológica compleja y detallada de más de mil años. Asimismo, desde el PASJM se han propiciado investigaciones en otros sitios del valle, incluyendo excavaciones en Portachuelo de Charcape (Johnson, en prensa; Mauricio 2006), prospecciones intensivas en la parte norte del valle de Jequetepeque (Ruiz 2004) y exploraciones para ubicar fuentes de arcillas y calcitas (Rohfritsch 2006).

La investigación arqueológica del valle de Jequetepeque ha abordado todos los periodos de ocupación y problemas tan diversos como las prácticas funerarias de individuos de diferente rango social (Castillo y Donnan 1994a; Donley 2004), los patrones de asentamiento (Dillehay 2001), la arquitectura monumental (Donnan 2001), el desarrollo de la tecnología cerámica (Rohfritsch 2006) o la identidad de los metalurgistas (Fraresso 2007, en prensa). A diferencia de lo que ha ocurrido en otros valles de la costa norte del Perú, en Jequetepeque las investigaciones arqueológicas han sido realizadas por varios grupos de investigación y, por lo tanto, desde diversas aproximaciones, metodologías y perspectivas.

 

Figura 4. Secuencia cronológica del Valle de Jequetepeque con ejemplares cerámicos representativos de los periodos y fases de la secuencia ocupacional de San José de Moro.

En los años que han trascurrido desde que se iniciaron las investigaciones en San José de Moro muchas cosas han cambiado en el entorno social en el que se realiza el proyecto, en el contexto de otras investigaciones sobre la cultura Mochica y en nuestros propios intereses de investigación. La arqueología de la costa norte del Perú ha tenido, a partir del hallazgo y excavación de las tumbas de Sipán en 1987, un desarrollo sorprendente. Decenas de excavaciones de diferente magnitud, duración y énfasis se han multiplicado en toda la región (Figura 1). Se han estudiado, por ejemplo, los patrones de ocupación a través de prospecciones intensivas prácticamente en todos los valles de la costa norte; se ha triplicado el número de contextos funerarios registrados arqueológicamente; se han documentado miles de metros cuadrados de estructuras y espacios habitacionales; y se han expuesto más pinturas murales y relieves polícromos que todos los que existían antes del inicio de este desarrollo. Como consecuencia de esto, las publicaciones de artículos, libros y tesis han aumentado en número y calidad. Nuestro conocimiento acerca de las sociedades antiguas de la costa norte se ha multiplicado hasta tal punto que podemos abordar con cierta seguridad temas como las evoluciones regionales de los estados Mochicas o el papel de su ideología en la construcción de estrategias de poder, las formaciones políticas y las estrategias de control y legitimación. Si bien una gran mayoría de estos trabajos se ha centrado en el estudio de esta sociedad y el mayor énfasis ha sido dado a lo espectacular y monumental, es decir, a los grandes templos decorados con pinturas murales (Uceda 2001; Franco et al. 2003) y a las ricas tumbas de élite (Alva 2004; Donnan 2001; Donnan y Castillo 1992; Narváez 1994; Tello et al. 2003; Williams 2006), también se han multiplicado los estudios de comunidades rurales (Billman 1996; Billman et al. 1999; Gummerman y Briceño 2003), de la dieta (Gumerman 1991), de la tecnología y producción (Uceda y Armas 1997; Fraresso, en prensa; Carcedo 1998; Rengifo y Rojas, en prensa; Uceda y Rengifo 2006; Rohfritsch 2006), de los contextos domésticos (Uceda, en prensa), de la cerámica utilitaria (Gamarra y Gayoso, en prensa) y de la demografía (Chapdelaine 2003).

Muchas de las preguntas y objetivos que Christopher Donnan y Luis Jaime Castillo se plantearon hace 16 años, al iniciarse el Proyecto Arqueológico San José de Moro (PASJM), como, por ejemplo, el contexto de la cerámica de línea fina o las modalidades funerarias de bota y cámara en el Periodo Mochica Tardío, se absolvieron y resolvieron a medida que progresó la investigación (Castillo y Donnan 1994a) o fueron abordados y desarrollados cabalmente por otros proyectos, por ejemplo, a través de los trabajos de Swenson (2004) y Rosas (2005). Pero casi inevitablemente las respuestas a las preguntas y las soluciones a los problemas generaron nuevas preguntas y nuevos problemas. Hay que señalar, finalmente, que este proyecto no se ha realizado al margen de otros programas de investigación abocados en la comprensión de la evolución de las sociedades de la costa norte del Perú. En común con muchos de estos esfuerzos está el interés por contribuir a la construcción de la identidad regional y nacional y con el desarrollo sostenible de las comunidades con las que trabajamos. Esta comunidad de intereses científicos es particularmente más intensa con el Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna, con el que hemos compartido experiencias, intereses, recursos y alumnos. Formar a los estudiantes peruanos y extranjeros en un ambiente internacional de cooperación, así como a los jóvenes investigadores, ha sido parte de la razón de ser de este proyecto desde que se inició y continuará siendo uno de sus principales fines.

En las siguientes páginas se presenta un resumen y recapitulación de las fases por las que, en retrospectiva, consideramos ha pasado el PASJM. Para comprender su desarrollo es necesario recapitular en los 16 años de trabajo los objetivos que nos trazamos en cada fase del proyecto, los logros y hallazgos y los cambios que todo esto generó en el derrotero de la investigación. Conforme transcurrieron los años, la complejidad del proyecto, la de los temas y preguntas que se investigaron y la de los recursos humanos y materiales de los que se disponía fueron incrementándose sostenidamente. En esta recapitulación se han omitido muchos detalles y nombres, hechos y hallazgos que no por ello dejan de ser importantes1. Sumando todo lo anterior, podemos concluir esta introducción diciendo que trabajar en la arqueología de la costa norte en esta época ha sido, por decir lo menos, afortunado y oportuno.

1.- La cerámica de línea fina, las Sacerdotisas de Moro y la secuencia ocupacional de San José de Moro (temporadas 1991 - 1994)

El Proyecto Arqueológico San José de Moro empezó en 1991 con un objetivo muy limitado y concreto: precisar cuál era el contexto de la cerámica de línea fina de la fase Mochica Tardío2 (Figura 5). Puesto que presumíamos que una cerámica tan ornamentada y generalmente tan bien conservada debía provenir de contextos funerarios, creíamos imprescindible documentar y explicar: el tipo y las complejidad de las tumbas que las habían contenido, las características de los individuos enterrados en ellas y su relativa escasez, puesto que la cerámica de línea fina es rara aun en las más grandes colecciones de la costa norte (Figura 5).

 

Figura 5. Botellas de asa estribo de estilo Mochica Tardío decoradas con diseños en línea fina excavadas en San José de Moro.

 

Figura 6. Cuadro comparativo de las secuencias cerámicas Mochica Norte y Mochica Sur.

Aunque el estilo Mochica Tardío de línea fina se confunde con frecuencia con el estilo pictórico de la cerámica Mochica V de la secuencia de Larco (1948, 2001), no es en absoluto igual, ni se generó bajo las mismas condiciones (Figura 6). Las semejanzas se deben a que el estilo de línea fina Mochica Tardío, propio de Jequetepeque, se habría originado en una expansión de los estilos Mochica IV y V del sur (Castillo 2001: 317-318, 2003: 89-103) y, por lo tanto, no tendría sus raíces en la escueta y poco decorada cerámica Mochica Medio del norte, característica de sitios como Sipán, SJM y Pacatnamú (Alva 2004; Castillo y Donnan 1994b; Ubbelohe-Doering 1983), donde la iconografía compleja en cerámica es inexistente. Los temas iconográficos más frecuentes en la cerámica de línea fina son las Confrontaciones Rituales entre Divinidades (Figura 5), donde el dios de cara arrugada y cinturones de serpientes (Ai Apaec) se enfrenta a dioses menores y animales antropomorfos; el Tema de la Mujer sobre la Balsa de Totora (Figura 5), donde una divinidad femenina aparece navegando en una balsa que se transfigura en una luna creciente (Cordy Collins 1977; Holmquist 1992; McClelland 1990); y el Tema del Entierro (Figura 7), donde se ilustra con gran detalle los rituales funerarios de un personaje de élite dentro de un ataúd antropomorfo que es enterrado en una gran tumba de cámara (Donnan y McClelland 1979; Paulinyi 1998; Hill 1999). En el estilo de línea fina Mochica Tardío predominan formas como las botellas de cuerpo carenado y esférico con decoración pictórica muy recargada (Figura 5). Muchos de los temas iconográficos del estilo de línea fina se derivaron y, por lo tanto, son semejantes a sus contrapartes sureños; ejemplos de esto son las representaciones del Tema de la Mujer sobre la Balsa de Totora o el Tema del Entierro (Donnan y McClelland 1979), pero en el estilo de línea fina se adaptaron a los cánones norteños y se reinterpretaron sus elementos. Otros motivos, como el Tema de las Olas Antropomorfas (McClelland 1990), se desarrollaron independientemente en SJM, por lo que presumimos que corresponden a narraciones mitológicas o actividades rituales propias de Jequetepeque. Una diferencia iconográfica sustantiva es que mientras en el sur figuran frecuentemente los seres humanos actuando como corredores, sacerdotes y guerreros, en la iconografía del norte prácticamente no figuran seres humanos naturales. Los actores son, en casi todos los casos, seres mitológicos o animales antropomorfos (Castillo 2003). Finalmente, una característica importante es que el número total de piezas que corresponden al estilo de línea fina Mochica Tardío, tanto halladas en tumbas como en asociación con estructuras de uso ritual, es muy pequeño. En las tumbas de élite de San José de Moro, incluso en las grandes cámaras funerarias que contienen decenas de ollas y cantaros, sólo se encuentran una o dos botellas de este tipo. La homogeneidad estilística entre estas piezas, por otro lado, es muy alta, por lo que Donnan y McClelland (1999) han planteado que prácticamente todas las piezas pueden adscribirse a un número reducido de artistas (McClelland et al. 2007).

 

Figura 7. Botella de asa estribo de estilo Mochica Tardío, decorada con el Tema del Entierro, hallada en el Rasgo 15, un depósito subterráneo que contenía cerámica utilitaria para la elaboración de chicha (ver Figura 13).

Durante años, fuentes dispersas pero no comprobadas indicaban que la gran mayoría de los ceramios de línea fina provenía de San José de Moro (Shimada 1990: 21). Inicialmente, en 1991, nos propusimos estudiar de manera restringida lo poco que parecía quedar del sitio, luego de decenios de intenso huaqueo, a fin de determinar los contextos arqueológicos en los que se depositó originalmente la cerámica de línea fina. Adicionalmente, a partir de la den-sa estratigrafía visible en los perfiles de los pozos de huaqueros era evidente que el sitio tenía una larga historia ocupacional, así que nuestro segundo objetivo fue caracterizar su secuencia a partir de excavaciones de perfiles estratigráficos (Castillo y Donnan 1994a).

Luego de dos temporadas de excavaciones en la falda este de la Huaca La Capilla (Figura 3) pudimos resolver las dos interrogantes que nos habíamos planteado al inicio de la investigación. Descubrimos, por un lado, que el contexto de la cerámica de línea fina era grandes tumbas de cámara de la élite. Las botellas de línea fina aparecen junto a una gran cantidad de ofrendas funerarias (Figuras 8 y 9). Asimismo, un número no menor de botellas de línea fina se halló en tumbas de bota del periodo Mochica Tardío, aunque de menor complejidad que las anteriores, y, generalmente, junto a una gran cantidad de cántaros, ollas y vasijas de cerámica y otras ofrendas como metales, cuentas y conchas (Figura 10). En los últimos años hemos encontrado botellas de línea fina en contextos inusuales como, por ejemplo, una cámara subterránea que funcionó como depósito de vasijas de cerámica para hacer chicha (Castillo 2003) y dentro de paicas3 utilitarias (Bernuy 2005). Del mismo modo, se han hallado fragmentos de cerámica con decoración del estilo de línea fina en los rellenos producto de acumulaciones de basura y en rellenos intencionales para cubrir la arquitectura que selló las ocupaciones Mochica Tardío. Esto nos sugiere que, además de su uso como parte de la parafernalia funeraria de las tumbas de élite, las botellas de línea fina fueron utilizadas en rituales asociados a la producción y al consumo de chicha y, al parecer, fueron, también, parte de la vida cotidiana de las élites.

Ahora bien, aun cuando la casi totalidad de botellas intactas ha aparecido en SJM, parecería que la cerámica Mochica Tardío de línea fina se distribuyó desde allí hacia otros sitios, donde habría sido usada en rituales posiblemente asociados con los cultos de SJM. Fragmentos de botellas decoradas en este estilo han sido reportadas en Pacatnamú (McClelland 1997), Portachuelo de Charcape y San Idelfonso (Johnson, en prensa; Mauricio 2006; Ruiz 2004; Swenson 2004) en el valle de Jequetepeque. Fuera del valle se han encontrado en los valles de La Leche, en Batan Grande (Shimada 1994: 244-245), en el valle de Chicama, en Mayal (Glenn Russell, comunicación personal 1999) y en la Huaca Cao Viejo (Régulo Franco, comunicación personal 2006; George Gumerman, comunicación personal 2004). Shimada (1994: 243-245) reporta el entierro de un individuo, dispuesto en una extraña posición muy flexionada, excavado en la Huaca Lucía de Batán Grande, que contenía asociaciones de cerámica muy parecidas a las que encontramos en entierros Mochica Tardío excavados en SJM. Una botella de asa estribo decorada pobremente con diseños de arañas corresponde al estilo de línea fina y sería, por lo tanto, el único ejemplar completo de este estilo excavado arqueológicamente fuera de SJM.

 

Figura 8. Tumba M-U 41, correspondiente a la Sacerdotisa de Moro excavada en 1991.

 


Figura 9. Tumba M-U 103, correspondiente a la Joven Sacerdotisa de Moro, excavada en 1992.



Figura 10. Vista lateral de la tumba de bota M-U 725. Se indica la localización del foso vertical de entrada, el sello de adobes y la cámara funeraria. Nótese la estratigrafía natural de capas de arcilla y arena en la que se dispuso la cámara.

En las dos primeras temporadas de campo, en 1991 y 1992, en codirección con Christopher Donnan, descubrimos un importante número de tumbas, entre ellas cinco grandes cámaras funerarias que contenían algunos de los entierros más elaborados encontrados en sitios Mochicas (Castillo y Donnan 1994a; Donnan 1995). Dos de ellas correspondían a las mujeres Mochicas más importantes de su época: las Sacerdotisas de San José de Moro (Castillo 2005; Donnan y Castillo 1992, 1994) (Figuras 8 y 9). Los espectaculares ajuares funerarios de estos personajes se componían, entre otras cosas, de cientos de piezas de cerámica, algunas de ellas de exquisita calidad artística, así como también de ataúdes adornados con grandes placas de cobre o de aleación con base de cobre, que emulaban la parafernalia usada por estas mujeres durante las ceremonias rituales de sacrificios humanos en las que participaban. El hallazgo de dos tumbas de Sacerdotisas confirmó que durante la época Mochica una de las más importantes funciones rituales era asumida exclusivamente por mujeres, quienes heredaban y transmitían estas funciones de una generación a la siguiente (Castillo y Holmquist 2000).

En San José de Moro se pueden distinguir básicamente tres tipos de contextos funerarios característicos de la ocupación Mochica: tumbas de fosa, tumbas de bota y cámaras funerarias (Castillo y Donnan 1994a; Donnan 1995). Las tumbas de fosa son las más simples y están formadas por una oquedad alargada de contorno irregular y profundidad variable que contiene a un individuo y limitadas ofrendas. Las fosas tienen generalmente una orientación muy variable y son poco profundas, llegando a estar prácticamente a nivel de la superficie, en asociación con pisos y capas de relleno (Donley 2004). Durante el desarrollo Mochica este tipo de tumba estuvo asociado con los estratos sociales más bajos, pero esta correspondencia varía en los periodos siguientes (Transicional y Lambayeque), cuando esta modalidad funeraria se vuelve predominante en San José de Moro.

 


Figura 11. Tumba M-U 1411, la tumba de bota Mochica Medio más grande excavada en SJM. Nótese el tamaño de la pared que sirvió como sello de entrada, las dimensiones de la cámara funeraria y su contenido.

Figura 12. Impronta en arena de un ataúd de cañas hallado en la tumba de bota Mochica Medio M-U 1062. Nótese el parecido con los ataúdes de caña usados en Pacatnamú (ver Donnan y McClelland 1997).


El segundo tipo de tumba, la tumba de bota, es una modalidad peculiar de enterramiento que ha sido reportado sólo en el extremo norte de la costa (Disselhoff 1971; Lumbreras 1987: 60; Makowski 1994; Ubbelohde-Doering 1983) y que en San José de Moro es la forma más frecuente durante el periodo Mochica. Esta consiste en un pozo vertical de entrada, una cámara lateral y, entre estos dos, un sello de adobes (Figura 10). En la mayoría de los casos, las tumbas de bota han aparecido orientadas al suroeste y, en menor número, al este. El foso vertical tiene una profundidad variable y una planta irregular, ovalada o casi perfectamente rectangular. Las tumbas de bota más ricas suelen ser las más profundas y las de planta más regular, con sellos de adobe más sólidos y grandes (Figuras 10 y 11). El foso culmina en uno o más escalones que se excavaron en uno de sus lados y, desde ellos, se excavó la cámara funeraria lateral ubicada a continuación del eje del foso. Para hacer la cámara abovedada de una tumba de bota, los Mochicas buscaban un estrato de arena entre dos capas duras de arcilla; allí era más sencillo excavar la cámara ya que los estratos de arcilla ofrecían una mayor solidez al piso y techo de la misma. Terminada la excavación de la tumba se introducía al individuo con sus ofrendas. Generalmente, las tumbas de bota tienen un solo ocupante, aunque se han documentado casos donde múltiples adultos y/o niños han compartido una tumba de este tipo (Ubbelodhe-Doering 1983: 53-57). En SJM la mayor concentración de individuos en una tumba de bota se halló en la tumba M-U 314, donde dos mujeres adultas y dos niños pequeños compartían el espacio con 5 piezas de cerámica, cientos de crisoles, dos maquetas de cerámica, piruros y objetos de metal. Los individuos enterrados en estas tumbas estaban en posición extendida dorsal en el mismo eje de la tumba, envueltos en telas o esteras y, en algunos casos, dentro de ataúdes de caña muy semejantes a los documentados en Pacatnamú (Ubbelohde-Doering 1983: 55-57; Donnan 1995: 131-132; Figura 12). Después de depositar al individuo se rellenó tanto la cámara lateral como el pozo vertical con tierra o arena. Excepcionalmente hemos hallado individuos en posiciones aberrantes en los fosos de acceso, a manera de «guardianes» (Alva 2004). Las ofrendas asociadas consisten, por lo general, en piezas de cerámica y crisoles, pequeñas masas circulares de cobre fragmentadas y cuchillos doblados de metal, huesos de camélidos, conchas de Spondylus sp., piruros de diferentes materiales, artefactos de obsidiana y otros objetos de adorno personal. Las ofrendas aparecen directamente sobre el piso de la cámara rodeando al individuo, en la boca y las manos. En algunos casos se ha podido determinar que las ofrendas aparecieron ligeramente por encima del piso, sobre capas de arena limpia con que se rellenaban y sellaban las tumbas, e incluso en el relleno de los pozos verticales de acceso. Podemos inferir que, en el primer caso, la colocación de ofrendas se produjo durante el entierro, acompañando al ataúd, mientras que, en el segundo, las ofrendas se colocaron a medida que se iba rellenando y sellando la tumba.

El tercer tipo de tumba, la gran cámara funeraria (Figuras 8 y 9), contiene los entierros más ricos y complejos encontrados en SJM y son los únicos en los que ha sido posible inferir una asociación entre los individuos enterrados y los personajes y actores de las liturgias Mochicas (Donnan y Castillo 1992, 1994). Las cámaras constan de un gran foso rectangular de profundidad variable, pero siempre mayor a los tres metros y orientadas al suroeste. En el interior de este gran foso se construyó una habitación o cámara rectangular con paredes de adobes y nichos cuadrangulares. Este tipo de tumbas, que se ha hallado en San José de Moro y Sipán, parece corresponder a un patrón norteño, puesto que en el sur las tumbas de cámara están divididas longitudinalmente por una pared de adobes y sus nichos son pentagonales (Franco et al. 1999, 2001; Chauchat y Gutierrez 2002; Uceda 1997). En San José de Moro las cámaras Mochicas estuvieron techadas en todos los casos, con un sistema que consistía en cuatro columnas u «horcones» colocados en las esquinas, dos vigas apoyadas en los horcones que atravesaban la cámara por los lados más largos y múltiples viguetas más ligeras perpendiculares a las anteriores y que se apoyaban en ellas. Una vez que se terminó la construcción de la cámara, se rellenó parcialmente, sobre la parte techada, dejando un foso de acceso estrecho en el lado norte de la tumba. El interior de las cámaras funerarias en SJM parece haber estado dividido en dos sectores: una antecámara directamente debajo del foso de entrada y la cámara funeraria donde se depositó el ataúd del ocupante principal, sus ofrendas y, en algunos casos, entierros adicionales. Aun cuando podemos encontrar más de un cadáver dentro de las tumbas de cámara, estas parecen haber correspondido a un solo individuo, que fue colocado dentro de un ataúd de caña en el centro de la cámara funeraria y con la orientación del eje de la misma.

Es preciso señalar que en SJM sólo se han registrado tumbas de cámara Mochica para el periodo Tardío, sin que hasta la fecha se haya registrado alguna cámara funeraria para el periodo Mochica Medio, ni en SJM ni en Pacatnamú. En Sipán, que correspondería también con el periodo Mochica Medio, sí se han encontrado tumbas de cámara de gran complejidad y riqueza (Alva 2004). Asimismo, se ha reportado este tipo de tumbas para el periodo Mochica Temprano en Dos Cabezas (Narváez 1994) y La Mina (Donnan 2001). La cantidad de ofrendas y su calidad relativa es mayor en las tumbas de cámara que en las tumbas de bota. En estos contextos hemos encontrado maquetas de arcilla cruda, grandes piezas metálicas como máscaras, tocados, cuchillos y copas; restos humanos, tanto completos como parciales; millares de crisoles, conchas de Spondylus sp., puntas de obsidiana, collares y brazaletes hechos de cuentas de piedras semi preciosas, piruros y otros implementos de textilería, restos óseos de perros y llamas, completos o parciales (Castillo 2005; Donnan y Castillo 1992, 1994). Sin embargo, aun en las tumbas de cámara más ricas, las cuales pertenecieron a las Sacerdotisas4, sólo se encontraron algunos pocos ejemplares de gran calidad de la cerámica del estilo Mochica Tardío de línea fina, junto a una gran cantidad de cerámica de formas y estilos inusuales (Figuras 8 y 9). De las cinco cámaras funerarias Mochica Tardío excavadas en 1991 y 1992, una no contenía ninguna pieza de alta calidad (tumba M-U 102), dos cámaras contenían una botella decorada con línea fina pero de ejecución muy pobre (tumbas M-U 26 y MU 30; Donnan y McClelland 1999: Figura 5.5), y sólo en las tumbas de las dos Sacerdotisas (tumbas M-U 41 y M-U 103) se hallaron verdaderos ejemplos sobresalientes de este estilo cerámico. La tumba de la Joven Sacerdotisa (M-U 103) contenía una botella con la representación del Tema del Entierro, que apareció boca abajo en un nicho en la esquina suroeste (Castillo 1996: 6-7). También en la esquina suroeste de la tumba de la Sacerdotisa (M-U 41), se halló una botella con la representación del Tema de la Mujer en la Balsa y la famosa copa de la Sacerdotisa de Moro (Donnan y McClelland 1999: Figura 5.21).

Un aspecto peculiar de la cerámica asociada a las tumbas Mochica que excavamos en los primeros años fue la inusual presencia de artefactos con for-mas y decoraciones muy diferentes a la cerámica reportada en otros sitios Mochicas, particularmente con excavaciones llevadas a cabo en los valles de Chicama, Moche, Virú y Santa. Había, por ejemplo, una gran cantidad de cerámica reducida, decorada con diseños en relieve; botellas de cuerpos achatados (flasks) con decoraciones en relieve en el cuello, cántaros con cuerpos carenados, piezas de cuerpos múltiples, botellas cilíndricas, así como ollas con cuerpos cubiertos por bultos y cuellos-plataforma. Las formas que esperábamos encontrar, como los cántaros con cuellos o los «floreros, las botellas modeladas y con diseños geométricos», típicos de los entierros de la Huaca de la Luna (Donnan y Mackey 1978) y de las colecciones del Museo Larco (2001), brillaban por su ausencia. Paradójicamente, en vez de estas formas apareció por primera vez en contexto una importante cantidad de cerámica polícroma, tanto del estilo Mochica Polícromo y copias hechas en SJM de formas foráneas (Castillo 2000b) como de cerámica importada de la costa central y sierra sur, de estilos Wari Conchopata, Chaquipampa y Viñaque, Atarco, Nievería, Pachacamac y cerámica Cajamarca en varios estilos y formas (Figura 4).

Las características de los estilos cerámicos que aparecieron en las tumbas de SJM nos permitieron distinguir diferencias con respecto a otros sitios Mochicas investigados y dejaron entrever la peculiar naturaleza del sitio y del proceso de desarrollo cultural del valle de Jequetepeque. En primer lugar, parecía que la tradición cerámica era radicalmente distinta, pues no sólo no aparecían en SJM ceramios de formas y decoraciones como los que caracterizaban a los sitios Mochica V (Bawden 2001; Lockard 2005; Shimada 1994), sino que apareció cerámica de formas y decoraciones que no existían en absoluto en otros sitios investigados. Esta diferenciación era también visible en la cerámica más temprana, correspondiente a lo que ahora llamamos Mochica Medio y que entonces pensábamos que podía ser el equivalente del periodo Mochica III en la secuencia de Larco (1948). En cualquier caso, la cerámica del estilo Mochica IV, la más ubicua en el sur, no existía en SJM y, por lo tanto, pudimos concluir que en SJM se podía documentar un estilo y una secuencia cerámica diferente a la que existía en otros sitios Mochica (Castillo y Donnan 1994b; Castillo ms.; Figura 6). Pero no sólo se trataba de San José de Moro, ya que la cerámica de estilo Mochica IV prácticamente no aparece en sitios Mochicas al norte del valle de Chicama.

La segunda conclusión se derivó de la anterior y de la presencia notable de la cerámica importada en SJM. Las diferencias estilísticas y formales de la cerámica de Jequetepeque habrían resultado de un proceso cultural independiente del que modeló el desarrollo de otras zonas Mochicas. Los ritmos de desarrollo, es decir, cuándo se inició, maduró y colapsó la sociedad Mochica en cada región, habrían genera-do una temporalidad diferente, por lo que, por ejemplo, el fenómeno Mochica en SJM pudo durar más o menos que en otras zonas. Ciertamente, la gran cantidad de cerámica foránea demostraba que SJM, más que cualquier otro sitio Mochica, se habría incorporado a las redes culturales, económicas y de interacción ideológica que se habían gestado durante el Horizonte Medio con una enorme influencia del fenómeno Wari y sus derivados. En base a estas reflexiones, y al reconocimiento de diferencias muy marcadas y otras mucho más sutiles, llegamos a la conclusión que, geopolíticamente, así como en la organización política, debió existir una división del territorio Mochica en dos regiones, el Mochica Norte y el Mochica Sur (Castillo y Donnan 1994b), integrados, eso sí, por vínculos culturales y religiosos y por las interacciones de sus élites. Estos vínculos e interacciones habrían permitido que los fenómenos regionales, a pesar de sus diferencias e independencia, formaran parte de un mismo fenómeno cultural. Recientemente ha quedado en evidencia que, en realidad, el valle de Jequetepeque tuvo durante prácticamente todo el periodo Mochica y el Transicional plena independencia en relación con el resto de la costa norte y que, por lo tanto, atravesó por un proceso cultural singular, marcado por la independencia de sus unidades componentes (poblados y territorios), por la inexistencia de un centro político o capital y por el énfasis en el ritual y la ideología como fuerza cohesionadora de unidades territoriales y políticas (Feinman y Marcus 1996) que, en todo lo demás, eran independientes (Castillo en prensa).

Definir la secuencia ocupacional fue una de las prioridades del proyecto desde que iniciamos los trabajos en SJM. El sitio es, sin duda, uno de los más singulares yacimientos arqueológicos de la costa norte por su larga ocupación y compleja estratigrafía. La mayoría de los montículos que lo conforman consiste en superposiciones continuas de capas de ocupación y capas de rellenos que, en algunos casos, alcanzan hasta los ocho metros. Asociado con estas capas, pisos y superficies de ocupación aparece una gran cantidad de material cultural, particularmente fragmentos de cerámica, que incluye elementos que fácilmente podemos reconocer y otros de formas y decoraciones que resultan francamente desconocidos. Algunos de los ejemplos más curiosos son la cerámica negra estampada, que evidentemente no era de filiación Lambayeque o Chimú, y la cerámica de estilos Cajamarca o polícroma (Figura 4). Fue evidente, entonces, que la historia ocupacional del sitio, documentada en detalle y relacionada con artefactos tipos, tomaría más tiempo en ser definida. La dimensión cronológica de nuestra investigación, en relación con la evolución de los estilos y con los fenómenos que moldearon el sitio y la región, a la larga ha resultado un problema que viene tomando los 16 años del proyecto, cada vez mejor entendido, pero nunca resuelto (Castillo ms.). Durante la primera fase la Dra. Alana Cordy-Collins, Don y Donna McClelland, Ulla Holmquist, Marco Rosas, Carlos Wester y Carmela Zanelli fueron fundamentales para el éxito del proyecto.

2.- Prácticas ceremoniales y contextos rituales (temporadas 1995 a 1997)

Entre 1995 y 1997 los trabajos arqueológicos en San José de Moro pasaron a una segunda fase en la que priorizamos el estudio contextual de las prácticas funerarias y el papel que estas y otros aspectos de la vida ritual tuvieron en la construcción de estrategias ideológicas de poder en el valle de Jequetepeque. Las excavaciones en SJM se centraron tanto en el período Mochica Tardío como en su colapso y en la recomposición cultural del valle de Jequetepeque, periodo que denominamos «Transicional» (Rucabado y Castillo 2003; Figura 4). La dirección del PASJM estuvo, en esta fase, a cargo de Carol Mackey, quien excavó el complejo administrativo del Algarrobal de Moro, el centro del poder Chimú en la parte norte del valle (Mackey 2005); Andrew Nelson, quien enfatizó el estudio biológico de las poblaciones y la demografía (Nelson et al. 2000), y Luis Jaime Castillo.

Al iniciarse la segunda fase del proyecto, el estudio de las prácticas funerarias era el componente principal de la investigación en SJM. Aun cuando se había excavado un número considerable de tumbas de bota y cámaras funerarias, subsistían muchas dudas respecto a su representatividad y al contexto general del sitio como entorno ritual en el que se habían realizado las prácticas funerarias de élite. En los primeros años nos habíamos topado con entierros un tanto extraños, como tumbas Lambayeque con individuos extendidos o tumbas que contenían una cantidad de cerámica Cajamarca apreciable, al lado de formas de una tradición costeña indefinida (Castillo y Donnan 1994a). El estudio del contexto ritual asociado con las prácticas funerarias no había avanzado mucho en la primera fase, pues el área adyacente a la Huaca La Capilla, donde se habían concentrado las excavaciones, no contenía mucha evidencia de actividades ceremoniales (Figura 3).

En el estudio de las prácticas funerarias definimos como objetivo el diferenciar con mayor precisión las dimensiones sociales de las temporales, es decir, las diferencias que se deberían al status de los individuos, las cuales habrían estado determinadas por el periodo al que correspondían las tumbas. Era evidente que en SJM se habían enterrado individuos de diversas clases, funciones y posiciones, miembros de una organización social mucho más compleja de lo que habíamos previsto. Había que establecer, por otro lado, las modalidades funerarias propias de cada periodo. Llegar a comprender los patrones culturales, las modalidades y formas que corresponden a cada periodo de ocupación en un sitio tan complejo no es cuestión únicamente de un buen diseño de investigación. Descubrir las peculiaridades del pasado es un proceso inductivo que inevitablemente toma tiempo y perseverancia, ya que se tienen que «encontrar», prácticamente por azar, suficientes ejemplos de cada fenómeno (en este caso, de cada tipo de tumba) para poder caracterizar un periodo cultural y, dentro de él, definir las variaciones que se puedan deber al status o a la función de los individuos.

Por otro lado, las prácticas funerarias no habían sido la única actividad en el sitio y posiblemente ni siquiera fueron las actividades más habituales, dada la relativamente baja densidad de tumbas para un sito de tan extendida ocupación5. Las actividades rituales que se habrían celebrado como parte del culto general a los ancestros, como una práctica específicamente relacionada con el acompañamiento de un entierro o como celebraciones estacionales y continuas, parecerían haber contribuido más significativamente en la formación del sitio que los entierros por sí solos. Hay que señalar que los cementerios prehispánicos estudiados en la costa norte del Perú han sido descritos mayoritariamente en lo que concierne a sus tumbas, conociéndose relativamente poco de lo que sucedía en su entorno (ver, por ejemplo, Alva 2004; Donnan y Mackey 1978; Castillo 2005). Esto es muchas veces comprensible por la complejidad y costos que implica la excavación funeraria y por las necesarias consideraciones de seguridad, tanto para los hallazgos como para los investigadores. Se sobreentiende, además, que cualquier tumba que no excaven los arqueólogos será, eventualmente, destruida por los huaqueros. Puesto que en excavaciones de este tipo el objetivo es ubicar el mayor número de tumbas, la metodología usual es ubicar una tumba y luego «seguir» los alineamientos o agrupaciones que haya en los alrededores. Es posible, sin embargo, que en algunos casos no haya gran cosa por estudiar, ya que los cementerios podrían haber sido lugares más bien especializados, con poca o ninguna actividad ceremonial asociada a ellos, o que las actividades asociadas (procesiones, ofrendas de flores o vegetales, danzas o incluso sacrificios y libaciones) no dejaran huellas en el registro arqueológico. En los casos en que el contexto ha sido estudiado, las tumbas, particularmente las más ricas, se encontraron asociadas con templos y espacios rituales, por ejemplo en Huaca de la Luna (Tello et al. 2003; Uceda 2000) y en Huaca Cao Viejo (Franco et al. 1999; Williams 2006), o con banquetas asociadas a arquitectura doméstica, por ejemplo en Galindo (Bawden 2001). En el caso específico de SJM las actividades funerarias habían estado acompañadas de elaboradas ceremonias que dejaron todo tipo de huellas y evidencia. En la segunda parte del proyecto emprendimos el estudio de este aspecto del ritual funerario (Castillo 2000a).

En esta fase iniciamos el estudio de la distribución espacial de los entierros en el cementerio y de las connotaciones de estas distribuciones (Goldstein 1981). La distribución de los diferentes tipos de tumbas y de las tumbas correspondientes a los diferentes periodos de ocupación no era homogénea. Por el contrario, tumbas del mismo tipo o del mismo periodo tendían a estar concentradas o alineadas. Tal fue el caso de las tumbas de cámara, que aparecieron sólo al pie de la Huaca La Capilla, o de alineamientos de tumbas, como había sido el caso del cementerio H45CM1 de Pacatnamú (Donnan y Cock 1986, 1997). Como sucede con el estudio de otros aspectos de las prácticas funerarias, los patrones espaciales de organización requerían de una muestra suficientemente representativa. Hemos ido abordando este problema a medida que se fueron presentando las circunstancias, es decir, conforme fue apareciendo suficiente evidencia como para poder establecer generalizaciones. Los núcleos y concentraciones de tumbas que hemos encontrado, ya sean tumbas simples alrededor de una tumba más compleja (Del Carpio, en prensa), o alineaciones de tumbas (Castillo 2003), cambian en cada periodo y nos indican que la organización espacial no sólo estuvo determinada por ejes temporales o de status. Parecería que otros factores pudieron determinar la agrupación y la organización de las tumbas. La pertenencia a unidades familiares, la participación en rituales y cultos, las funciones ceremoniales o de otra índole (militares, artesanos, campesinos y pescadores) y en particular el origen regional o local podrían darnos pistas para explicar algunos de los criterios de organización espacial de las tumbas.

Si efectivamente existieron principios de organización definidos en base a los criterios anteriores, entonces deberíamos detectar «marcadores de afinidad» compartidos por las tumbas de un núcleo, que permitan diferenciarlos entre sí. Estos podrían ser la inclusión de artefactos de una forma, estilo o función determinada (como los que aparecen con las Sacerdotisas), de motivos iconográficos o, simple-mente, de cerámica producida en una localidad y por tanto distinguible de aquella producida en otra (Rohfritsch 2006).

Durante esta fase del proyecto, mudamos las excavaciones hacia el este de la Huaca La Capilla y nos concentramos en una antigua «cancha de fútbol» situada en la parte central del sitio. En época Mochica esta zona no estuvo asociada directamente con ninguna estructura, sino que estaba más bien al pie de la mayoría de los montículos, formando una explanada donde se realizaban entierros de élite y rituales que implicaban el consumo de grandes cantidades de chicha. En la superficie actual de este sector no hay ningún indicio de lo que puede contener el subsuelo, ni existe suficiente contraste como para hacer alguna prueba de detección, así que las decisiones de dónde colocar unidades de excavación fueron más bien aleatorias o se determinaron por la proximidad a algún hallazgo realizado en una unidad anterior. Nuestra estrategia de excavación fue definir unidades de excavación, inicialmente de cinco por cinco metros, que luego se ampliaron a unidades de diez por diez metros de área, en diferentes puntos del terreno a fin de definir el contenido, la estratigrafía y la secuencia ocupacional (Figura 3).

A medida que se extendía el área excavada nos percatamos de que la ocupación del sitio a lo largo de su secuencia cultural no había sido homogénea. Las ocupaciones eran más densas en los montículos, donde la estratigrafía podía ser el doble que la que encontrábamos en la cancha de fútbol, incluyendo mucha más evidencia de actividades domésticas. Adicionalmente, en las zonas llanas del sitio, las ocupaciones parecían concentrarse en núcleos de actividad, donde las evidencias de una u otra ocupación eran mayores. Esta falta de homogeneidad en la dispersión de los elementos también caracteriza la concentración de tumbas. La Unidad 24, por ejemplo, contuvo 24 tumbas Mochica Medio (Del Carpio en prensa), mientras que la Unidad 17-20 no tuvo ninguna. Esta tendencia a la concentración de las actividades funerarias no es exclusiva de los periodos Mochica; en la Unidad 9 se excavó una gran cantidad de tumbas Lambayeque, mientras que en otras unidades eran prácticamente inexistentes.

El cambio en la estrategia y el progresivo crecimiento de las unidades de excavación se debió a la constatación de una intensiva y continua actividad natural y cultural asociada a los entierros. El origen de los materiales que formaron la densa deposición característica del sitio es un asunto que estamos tratando de entender a partir de un estudio de la geología natural y cultural (Bustamante 2002). En promedio, el sector de la «cancha de fútbol» presenta tres metros de estratigrafía entre el nivel actual y el nivel estéril; es decir, entre el presente y en el año 300 d.C., cuando SJM era una colina cubierta de espinos y algarrobos, constantemente anegada, a orillas del río Chamán. Si asumimos que esa estratigrafía aparece en un área de 30 hectáreas (300000 metros cuadrados), entonces el sitio está cubierto por casi un millón de metros cúbicos de materiales. Considerando este volumen de sedimentos, una pregunta natural es de dónde salió todo el material que fue cubriendo el sitio. Además de la descomposición del bosque, que fue formando un suelo vegetal en la colina, tres parecen haber sido los agentes externos que depositaron sedimentos y materiales en SJM: el acarreo eólico (el polvo transportado por el viento y «atrapado» por los bosques), el acarreo fluvial (materiales transportados por las infrecuentes, pero en ocasiones significativas, lluvias) y la actividad humana (materiales transportados para la construcción de estructuras arquitectónicas y muros, para el relleno y nivelación de pisos, y basura producida por actividad humana). De estos, las actividades humanas, por ejemplo, las fiestas y ceremonias que se escenificaron al pie y sobre las huacas, si no fueron las que contribuyeron más, fueron indudablemente las más significativas y diversificadas. Estas implicaron el transporte, el procesamiento y la producción de bienes, y el consumo de alimentos en grandes cantidades, así como la construcción de una infraestructura de soporte.

Las actividades relacionadas con la preparación y el consumo de alimentos y bebidas se hacen evidentes en la alta frecuencia de implementos cerámicos utilitarios, enteros o fragmentados, particularmente de tres tipos: ollas, cántaros y grandes paicas. Fragmentos de ollas, cántaros y paicas de todo tamaño y forma son el componente más frecuente de la fragmentería cerámica recuperada en SJM en capas de ocupación y relleno. Asimismo, un número muy alto de artefactos se encuentra entero, dispuesto de manera ordenada en núcleos o alineados, en semicírculos o concentrados y en asociación con capas específicas de ocupación. Las ollas y los cántaros aparecen en grandes cantidades en las capas de ocupación Mochicas y Transicionales, muchas veces en núcleos compuestos por varios ejemplares. Sus for-mas varían con el tiempo, aunque algunas de ellas, como las ollas de cuello plataforma, son muy diagnósticas para el periodo Mochica Tardío (Donnan 1997: 14; Castillo y Donnan 1994:105-108). Muchas veces encontramos conjuntos de ollas o cántaros completos, boca arriba y en algunos casos incluso tapa-dos, lo que nos permite inferir que no fueron desechados o abandonados, sino que fueron cuidadosamente depositados de forma tal que pudieran ser usados en una siguiente temporada de fiestas y celebraciones. Concentraciones de este tipo son muy frecuentes en la capa estratigráfica que separa la ocupación Mochica Tardío de la Transicional, lo que nos ha llevado a pensar que fueron abandonadas aproximadamente por la misma época. Por la alta concentración de ollas y cántaros que encontramos asociado con este estrato, hemos llamado a esta capa estratigráfica la «capa de fiesta», puesto que los artefactos pertenecerían a la parafernalia ritual asociada con la preparación de bebidas y comidas necesarias para las actividades ceremoniales.

La segunda categoría de recipientes cerámicos que se encuentra con mayor frecuencia es las paicas, que sirvieron para almacenar agua o granos y para fermentar y almacenar chicha. Sus tamaños son variables, fluctúan entre los 50 y 150 litros y sus for-mas corresponden a dos grandes grupos: paicas sin cuello, que son más frecuentes en los periodos Mochica Medio y Chimú, y paicas con cuellos cortos y evertidos, predominantes en el periodo Mochica Tardío. Las paicas se usaron semienterradas y recibieron el calor lateralmente, seguramente para calentar su contenido, más no para cocerlo6. Es importante señalar que a medida que el nivel del piso se elevaba, fruto de la acumulación de desechos y de la construcción de nuevos pisos, las paicas pasaban de estar semienterradas a estar totalmente bajo tierra. Si este era el caso, se les colocaba un anillo de adobes sobre las bocas, para reforzarlas y poder seguir usándolas, ya no para calentar líquidos sino, seguramente, como depósitos. Las semejanzas entre los contextos arqueológicos de SJM y las chicherías modernas son sorprendentes, tanto en los artefactos que se usan para la preparación de la chicha como en su distribución y la organización del espacio productivo (Delibes y Barragán, en prensa; Shimada 1994: 221-224). La alta frecuencia de paicas y ollas es muy importante para inferir que la población atendida en SJM durante las actividades ceremoniales era muy grande, mayor que la que cualquier poblado podía aportar por sí solo al sitio.

 

Figura 13. Rasgo 15, depósito subterráneo donde se hallaron cántaros, ollas y otros artefactos para la preparación de chicha.

La producción y el consumo de chicha, que fueron las actividades permanentes y continuas en el sitio, estuvieron íntimamente relacionados con los entierros y los rituales funerarios que, independientemente de lo elaborado de las tumbas, habrían sido las actividades eventuales. Esta relación es evidente en el «Rasgo 15» (Figura 13), un depósito o repositorio subterráneo en el que se almacenaron diversos tipos de vasijas de cerámica para hacer chicha. El interior se subdividía en tres sectores en los cuales se dispuso una variada gama de vasijas de cerámica de diferentes tamaños y formas (ollas, cuencos, cántaros y botellas). En el Rasgo 15, los usuarios habrían guardado sus utensilios y recipientes para utilizarlo cada vez que retornaban a SJM con motivo de algún evento funerario o para actividades ceremoniales regionales (Castillo 2003). En el momento de su abandono, el Rasgo 15 fue rellenado con barro líquido, sellándose su contenido en una masa sólida de arcilla. Una cuidadosa excavación permitió registrar el contenido de este depósito y exponer, en asociación con el piso, una magnífica botella de asa estribo Mochica Tardío de línea fina, decorada con una intrincada representación del Tema del Entierro (Donnan y McClelland 1979), pero sospechosamente fragmentada intencionalmente (Figura 7). Una pieza de esta calidad, que esperaríamos encontrar en la tumba de un individuo de la élite, acentúa la peculiaridad del Rasgo 15. Su presencia nos lleva a pensar que no sólo el consumo de la chicha fue parte importante en los ritos conducidos en SJM, sino que la producción de la chicha, o de una chicha en particular, se convirtió en una actividad ritual.

En contraste con la abundante evidencia de actividades de preparación y consumo de chicha y comida, no hemos encontrado en SJM muchas estructuras permanentes tales como almacenes, cocinas o despensas, o incluso dormitorios y lugares específicos de consumo. La evidencia apunta a que, a lo largo de su ocupación, se construían o habilitaban recintos temporales, en base a paredes ligeras de barro y cañas, y no recintos permanentes construidos con materiales duraderos. La intrascendencia, en el sentido de una deliberadamente corta duración en el tiempo, parece haber sido parte del carácter especial de SJM y de los rituales que se escenificaban allí. La limitada durabilidad de las estructuras contrasta con el carácter permanente de los sitios Mochicas monumentales más conocidos que capturaron las aportaciones y las materializaron en capas sucesivas de arquitectura monumental repleta de decoración y pintura. Tampoco son muy frecuentes, al menos en la zona excavada, áreas o espacios que puedan ser calificados de manera inequívoca como residencias o unidades domésticas. La evidencia arquitectónica y de organización del espacio nos lleva a pensar, entonces, que la presencia humana en SJM era intensiva pero de corta duración y que las actividades realizadas en el sitio requerían de mucha preparación y generaban muchos desechos, pero no eran de carácter permanente.

En síntesis, San José de Moro parece haber tenido la función de albergar rituales de ámbito regional, pero de duración limitada. En otras palabras, el sitio pudo haber sido una suerte de «campo ferial» o centro ceremonial, cuya peculiaridad residía en que era intensamente ocupado por breves periodos de tiempo, para la celebración de rituales estacionales o para algún acontecimiento especial, como el entierro de una persona notable. A SJM acudía gente proveniente de todo el valle de Jequetepeque y de regiones aledañas, trayendo consigo sus artefactos, productos para la preparación de chicha. Fuera de «temporada», el sitio permanecía prácticamente desocupado, quizá sólo habitado o visitado por los oficiantes religiosos. A SJM llegaban días antes de las festividades y rituales las y los encargados de la preparación de la chicha, procedían a desenterrar la ollas y recipientes que habían dejado en el sitio en la anterior visita y preparaban grandes cantidades de chicha dejándola macerar. Como hemos visto, la escala de la producción atestigua la naturaleza multitudinaria de los ritos. Es muy posible que diferentes comunidades tuvieran en el centro ceremonial espacios asignados a los que regresaban cada año y en los que guardaban las vasijas para cocer la chicha y las paicas para macerarlas (Delibes y Barragán, en prensa).

La segunda fase del PASJM se propuso definir las modalidades rituales y funerarias que se practicaron en el sitio. Como suele suceder, caímos en la cuenta de que el fenómeno que estudiábamos era aún más complejo de lo previsto. Las sociedades que habían usado el sitio eran socialmente más jerarquizadas, económicamente más diversificadas, políticamente más diferenciadas y, congruentemente, sus artefactos, contextos, prácticas funerarias y actividades rituales eran muy complejos y cambiantes en el tiempo. Por otro lado, la cantidad y calidad de la evidencia nos anunciaba que el entorno regional era mucho más determinante y dinámico en la definición del sitio que lo que habíamos previsto. La imagen de una sociedad centralizada y dirigida por un una élite de señores, sacerdotes y guerreros todopoderosos no se atenía con la naturaleza de nuestro datos. Finalmente, la historia ocupacional de SJM era mucho más compleja que la que se había reportado hasta entonces en otros sitios Mochica estudiados, donde generalmente se encuentra una gran homogeneidad en los estilos y tipos de artefactos. Si bien entendíamos mejor las características del sitio y los fenómenos que allí habían ocurrido, aún persistían muchas dudas y era evidente que el trabajo en un sitio tan complejo podría proveernos de respuestas para estos interrogantes.

3.- La historia ocupacional de San José de Moro (1998 a 2001)

En la tercera fase del Proyecto Arqueológico San José de Moro nos concentramos en la excavación de grandes áreas en la parte central del sitio, zona que denominamos la «Cancha de Fútbol» (Figura 3). Decidimos trabajar exclusivamente en este sector porque presentaba la mayor extensión de terreno arqueológico no afectada por el huaqueo y porque allí se encontraba evidencia de todos los periodos de ocupación del sitio, desde el periodo Mochica Medio hasta el periodo Chimú (Castillo y Donnan 1994a). Si bien hasta la fecha no encontramos en esta zona tumbas de cámara Mochica Tardío, como las que habíamos ubicado al pie de la Huaca La Capilla en 1991 y 1992, encontramos una alta concentración de pisos de ocupación y estructuras dedicadas a diversos aspectos de los rituales celebrados en el sitio, así como entierros simples y de élite que corresponden a las diversas fases de ocupación.

El inicio de esta tercera fase estuvo marcado por una consideración general respecto de la metodología de investigación y, en particular, de la escala de excavaciones. Durante los primeros años del proyecto nos preguntábamos cuál sería la escala correcta de excavación para poder contener adecuadamente los fenómenos que estudiábamos. Dónde, pero sobretodo cuánto, excavar en el sitio siempre fue una decisión complicada que, más allá de las limitaciones económicas o de tiempo, estuvo condicionada por nuestra percepción de la forma y extensión que debían tener los fenómenos y de cómo debían organizarse espacialmente (Figura 14). Cuando iniciábamos las investigaciones en SJM las unidades de excavación eran pozos de prueba de 2 por 2 metros, que, en el mejor de los casos, nos daban una idea general de las superposiciones culturales. A partir de 1996 ampliamos las excavaciones a unidades de cinco por cinco metros, lo que nos permitía observar tumbas en su totalidad y, en algunos casos, contextualizarlas con otra evidencia. Finalmente, desde 1999, las unidades de excavación han tenido una extensión de 10 por 10 metros, una medida muy amplia pero que permite abarcar conjuntos funerarios y las relaciones entre estos y los contextos ceremoniales. En unidades de estas dimensiones ha sido posible documentar simultáneamente hasta 20 tumbas, o espacios de producción y almacenamiento de chicha (Figura 14). A partir de la cuarta fase del proyecto, las excavaciones no se han dado ya solamente por unidades de dimensiones definidas, sino que la dimensión de las excavaciones se ha ajustado a la extensión de los fenómenos y contextos que estudiábamos. En un caso, por ejemplo, las excavaciones han abarcado todo un montículo de 30 por 25 metros (Unidad 35) y en otro, un recinto funerario de aproximadamente 40 por 30 metros.

A partir de la tercera fase de la investigación, las excavaciones funerarias no fueron tan importantes como el estudio de los contextos ceremoniales que rodeaban a las tumbas, ni interesaban como fenómenos aislados, sino más bien como concentraciones. Después de varios años de excavaciones de tumbas teníamos la certeza de que entendíamos la variabilidad de las formas de tumbas; ahora, nos interesaban las relaciones entre las tumbas que conformaban un núcleo y las relaciones entre los distintos núcleos.

Teníamos la certeza de que el sitio fue un centro funerario para las élites precolombinas de Jequetepeque; es decir, que las personas enterradas aquí provenían de diferentes poblados y territorios del valle (Castillo 2001, 2003). Los núcleos, las concentraciones y los alineamientos de tumbas debían corresponder a estos poblados y territorios. Adicionalmente a los entierros ricos, el número de entierros de individuos pobres era también muy alto y presentaba una relación más estrecha con la producción de chicha y la «performance» ritual. El estudio de las prácticas funerarias y de su distribución en el sitio, en última instancia, debía informarnos acerca de los criterios de organización de las comunidades en el valle y de la evolución en el tiempo de estas relaciones. Las actividades que se habían realizado en SJM debían haber contribuido al desarrollo cultural del valle e, inversamente, este desarrollo debía reflejarse en la evolución de los patrones que encontrábamos.

Para 1998 era evidente que la secuencia ocupacional de SJM era una de las singularidades más sorprendentes del sitio (Figura 4). Definido a partir de su cultura material, su iconografía y sus prácticas funerarias y ceremoniales, SJM es un sitio claramente Mochica, pero a la vez es muy diferente de otros sitios estudiados de la misma cultura, lo cual se refleja, particularmente, en la forma de sus tumbas y en la existencia de alfares cerámicos que usaban formas y decoraciones totalmente distintas. Estas diferencias nos habían llevado a cuestionar la aplicabilidad de la secuencia de Rafael Larco (Larco 1948; Castillo y Donnan 1994b) en el sitio y, por extensión, en el valle de Jequetepeque y a plantear una secuencia diferente de evolución a nivel de la cerámica (Figuras 4 y 6). Ahora bien, para 1994 numerosos investigadores que trabajaban en diferentes valles de la costa norte habían levantado dudas acerca de la aplicabilidad de la secuencia de Larco al estudio de toda la cerámica Mochica y, por extensión, al uso de esta secuencia en el estudio del desarrollo Mochica (ver, por ejemplo, Kaulicke 1992; Klein 1967).

Dados estos antecedentes, fue sorprendente cuán poca reacción hubo luego de la publicación, en 1994, del artículo «Los Mochicas del Norte y los Mochicas del Sur». En este artículo, por primera vez y de manera directa, se cuestionaba una única secuencia de cinco fases como expresión de un fenómeno Mochica de naturaleza centralizada y unitaria. Parecía que los investigadores especializados en las culturas de la costa norte estuvieran esperando una reformulación del paradigma, particularmente una que incorporara los datos producidos desde 1987 y que diera sentido a las diferencias regionales que se habían venido reportando. Sin embargo, nos sorprendió también cuán poco consecuentes fueron los investigadores en la aplicación de la nueva formulación, o cuán casual se volvió, por ejemplo, el uso de términos como Mochica Tardío o Temprano (Castillo ms.).

 

Figura 14. Unidades de excavación de diferentes dimensiones practicadas en SJM y que han determinado la escala de la investigación.


Desde nuestro punto de vista, tras la secuencia cerámica formalmente distinta se ocultaba un proceso cultural radicalmente diferente al que se había dado en los valles del sur, sobre los cuales Larco (1948) construyó su secuencia y que condujo a Willey (1946), Strong (1948) y otros a plantear la existencia de un estado multivalle, basado en un aparato político centralizado y coercitivo (Canziani 2003). El valle de Jequetepeque habría tenido una historia divergente, en la que la centralización parecía haber sido más bien la excepción que la regla y en la que los fenómenos políticos parecerían haber estado condicionados por la necesidad de integrar, a través de las prácticas rituales, a territorios y poblados que, por lo demás, habrían gozado de un altísimo grado de independencia. Este carácter fluctuante de la formación política de Jequetepeque habría estado condicionado por la naturaleza redundante de su sistema de irrigación, en el que hasta 5 canales atendían a secciones del valle norte. Estos sistemas independientes habrían determinado una gran capacidad productiva en cada región del valle y, por lo tanto, les habría permitido mantenerse independientes entre sí y al margen de cualquier intento de integración. Fruto de esto, cada región habría organizado su propia estrategia defensiva, visible en sitios amurallados como Cerro Chepén (Rosas 2005; Figura 15) o San Ildefonso (Swenson 2004; Figura 16). Sin embargo también hemos encontrado evidencia de integración regional y de participación coordinada en los grandes rituales y festivales que se celebraban en SJM. Toda esta evidencia nos lleva a plantear un modelo singular de organización política al que llamamos «los estados oportunistas». En este tipo de estados, la integración política, y por lo tanto la formación de un estado regional jequetepecano, fue un fenómeno temporalmente restringido y que se dio para aprovechar oportunidades o en el marco de ocasiones ceremoniales (Castillo, en prensa; Castillo y Uceda, en prensa).

Es prioritario entender qué sucedió alrededor del 850 d.C., antes y después del colapso Mochica. Por un lado, en el periodo Mochica Medio se habrían gestado los primeros indicios y las direcciones de desarrollo que conducirían los procesos de formación de las peculiares condiciones del valle. Por otro lado, en el periodo Transicional, tras el colapso Mochica, se dio un momento de independencia política que permitió que se activara una multitud de identidades que habían permanecido ocultas o latentes. En esta época se habrían gestado nuevas alianzas, afinidades y relaciones entre las comunidades de Jequetepeque y las sociedades de otras regiones del Perú, que contribuyeron a formar la peculiar identidad de esta época.

El estudio de estos nuevos y más complejos escenarios, donde múltiples actores culturales interactuaban en fenómenos que no sólo estuvieron determinados por el desarrollo independiente de los valles de la costa, nos obligaron a adaptar los objetivos de la investigación. El estudio del fenómeno Mochica y de los otros fenómenos de la secuencia requerían, en la práctica, para ser documentados, de materiales y contextos bastante específicos que no resultaban fáciles de ubicar y que, en cualquier caso, sólo serían el resultado de muchos años continuos de investigación.

En términos generales, entonces, podemos decir que la tercera fase del proyecto se concentró en el perfeccionamiento de nuestro entendimiento de la historia ocupacional del sitio. Para este fin fue necesario definir con mucho detalle el desarrollo de su cultura material para cada periodo de ocupación a partir de su manifestación en contextos funerarios y ceremoniales. Cuando la información contextual y estratigráfica consistentemente indicaba que habría habido fases o subdivisiones al interior de los periodos, procedimos a segmentarlos y a intensificar su estudio, tratando de definir las prácticas ceremoniales y rituales que los caracterizaban. Es decir que el estudio de la secuencia ocupacional dejó de ser una mera enumeración de formas características y de superposiciones estratigráficas para convertirse en la base de una concepción estructurada del desarrollo de las sociedades en la región. Una adecuada caracterización de la secuencia debía conducirnos a una mejor comprensión del proceso cultural e, inversamente, entender el proceso que debía llevarnos a una mejor comprensión de las peculiaridades de la cultura material. Las causas y condicionantes de los periodos de estabilidad y cambio de las adaptaciones y transformaciones son más importantes que los objetos que diagnósticamente los reflejan, pero establecen un diálogo entre sí, de tal forma que no es posible entender uno sin el otro.

 

Figura 15. Cerro Chepén, sitio Mochica Tardío ubicado tres km al sur de SJM, en la cima del cerro del mismo nombre, posible centro político y administrativo regional. El sitio estuvo fuertemente amurallado y rodeado de terrazas habitacionales. El área amurallada excede las 10 hectáreas e incluye recintos ceremoniales y residencias de elite.

Figuras 16. San Ildefonso, sitio Mochica Tardío ubicado en la zona desértica aledaña a la desembocadura del Rio Chamán, posiblemente uno de los centros políticos locales. El sitio incluye tres líneas de murallas defensivas, así como componentes ceremoniales, unidades residenciales y de almacenamiento.

Entre los hallazgos más importantes realizados en esta fase del proyecto destacó la tumba de cámara M-U 615 (Figuras 17 y 18) correspondiente a la fase Transicional Temprana (Figura 4), excavada entre 1998 y 1999 (Rucabado 2006, en prensa; Rucabado y Castillo 2003). Estratigráficamente, esta cámara funeraria estuvo asociada a un estrato de ocupación ubicado directamente sobre capas Mochica Tardío, pero por debajo de capas Transicionales posteriores. Es decir que correspondería al inicio del periodo Transicional, justo después del final de la ocupación Mochica Tardío. La existencia de varias capas de ocupación Transicionales sobre la tumba M-U 615 nos dio indicios de que este periodo pudo ser largo y complejo. Eventualmente, como veremos más adelante, el periodo Transicional se pudo dividir en al menos dos fases, correspondientes a capas estratigráficas y estilos funerarios diferenciados.

La tumba M-U 615 es una estructura cuadrangular subterránea, de aproximadamente 5,1 metros de lado con un acceso formal por el noreste. La estructura se encontraba dentro de un pozo cuadrangular de aproximadamente 3 metros de profundidad, que había atravesado capas ocupacionales Mochica Tardío, Medio y estratos estériles. El interior de la cámara estuvo dividido a partir de la creación de tres banquetas, una principal en la zona sur del recinto y dos laterales más pequeñas en las esquinas noreste y noroeste (Figura 18). En cada esquina de la estructura se hallaron los restos orgánicos de los postes, posiblemente con forma de horcón, sobre los cuales reposaban vigas longitudinales que cruzaban la cámara de norte a sur. Sobre estas dos vigas principales habría reposado un sistema de viguetas transversales que formaban el techo de la cámara. Poco después de su abandono, la estructura funeraria sufrió modificaciones, especialmente el colapso del techo sobre la zona central de la cámara. Esto debió haber ocurrido durante la fase Transicional Tardía como consecuencia de la construcción de una pequeña cámara funeraria, la tumba M-U 613, exactamente sobre la tumba M-U 615.

A diferencia de casi todas las otras tumbas excavadas en SJM, la tumba M-U 615 es un ejemplo de una tumba múltiple de uso continuo y a la que corresponderían eventos funerarios sucesivos. Este patrón funerario es inédito en las tradiciones del norte del Perú y ciertamente no se deriva de una práctica Mochica. En esta tumba se depositaron cuerpos y ofrendas funerarias en varias ocasiones, lo que implica que ciertos individuos de la sociedad Transicional entraban periódicamente a la cámara para reorganizar la distribución de los cuerpos y las ofrendas. Durante la excavación registramos hasta cuatro niveles superpuestos de deposición funeraria, cada uno compuesto por un número variable de asociaciones, totalizando 208 piezas de cerámica y de 20, 9, 19 y 9 individuos respectivamente. Asimismo, es muy probable que cada uno de estos niveles no hubiera correspondido a un solo evento funerario, sino a una suerte de fase de deposición; caso contrario, deberíamos asumir que hubo periodos de gran mortandad en la comunidad Transicional. El proceso de reacomodo permitió a los usuarios seguir utilizando la estructura por un largo periodo de tiempo, aun cuando el reacomodo trajo como resultado la desarticulación de muchos de los cuerpos, la separación de las cabezas de los miembros o del torso y de los individuos de sus ofrendas. Los reacomodos debieron darse, entonces, tiempo después de la muerte y deposición de los individuos, cuando los cuerpos ya habían perdido gran parte del tejido blando.

La composición de la población funeraria de la tumba M-U 615 es variada en edades y sexo. El número de individuos ascendía a aproximadamente 58 pero podría ser más. Dada la mala conservación de los restos óseos, no se logró estimar el sexo o la edad de varios de los individuos. Sin embargo, encontramos que la población funeraria incluyó tanto adultos como subadultos, inclusive neonatos, así como individuos masculinos y femeninos. La gran mayoría de los individuos, sin distinciones de sexo o edad, fue colocada en posición extendida y orientada en el eje noreste-suroeste (con la cabeza hacia el suroeste). Otros fueron colocados en posición semiflexionada lateral. La mayoría de cuerpos fue depositada sobre la banqueta principal, mientras que cinco individuos adultos y un neonato fueron colocados cerca del área de acceso a la tumba, entre las banquetas laterales. Es importante mencionar que entre un nivel de deposición y otro se colocaron capas de tierra para nivelar las superficies y, posiblemente, para atenuar la fetidez de los cuerpos descompuestos.

Las asociaciones funerarias encontradas en la tumba M-U 615 son muy variadas, destacando las vasijas de cerámica, collares y brazaletes hechos de cuentas y pendientes de concha o piedra, piruros de piedra y metal, así como artefactos de cobre, máscaras, penachos, copas, cuchillos y placas de diversa forma. La distribución original de la cerámica es difícil de determinar puesto que el proceso de reubicación trajo como consecuencia el apilamiento de vasijas de cerámica sobre las banquetas laterales. Sin embargo, es posible constatar que fue semejante a la distribución de ofrendas cerámicas en las tumbas Mochica Tardío, donde la mayoría de las ofrendas fue depositada originalmente sobre la banqueta principal. Un grupo de vasijas domésticas (ollas y cántaros) fue colocado cerca de la entrada, encima de los cinco individuos adultos. En el segundo nivel de deposición, la cerámica continuó siendo colocada sobre la banqueta principal. A partir de la tercera capa el número de ofrendas se redujo considerablemente y su disposición se hizo más variable.

 

Figura 17. Vista general de la tumba de cámara Transicional Temprana M-U 615.


Figura 18. Reconstrucción del contenido de la Tumba M-U 615.

Figura 19. Vasijas de cerámica de diversas formas y estilos halladas en la tumba M-U 615 que evidencian la variabilidad estilística típica del Periodo Transicional.

La idea de construir un mausoleo colectivo parece responder a la necesidad de la élite por legitimar y mantener sus derechos y roles ceremoniales a través del uso de un espacio funerario familiar don-de se manifestarían sus vínculos de parentesco y sucesión, así como su arraigo local. La necesidad de acentuar las relaciones entre los individuos (parentesco y afinidad política) y entre ellos y el territorio (origen y pertenecía) podría haber forzado la construcción de mausoleos, como la tumba M-U 615, y a un tipo de prácticas funerarias singular, incluidas la aglomeración y la constante reubicación de los cuerpos en espacios pequeños. Asimismo, en las dos fases del periodo Transicional, pero sobre todo en la fase tardía, se incrementaron las cámaras funerarias con entierros secundarios, lo que permitiría inferir que hay un intento de vincular y arraigar una población y un territorio, a través de estrategias que incluso habrían llevado al desplazamiento de sus muertos y a su reentierro en el nuevo territorio. Es probable que esta manifestación funeraria haya sido una adaptación local de costumbres funerarias serranas (Topic y Topic 1992; Isbell 1997).

En este contexto resultaba novedosa la cerámica por la variedad y la diversidad de los estilos que presenta, pero sobre todo por la ausencia de las características más evidentes de la iconografía y el arte Mochica (Figura 19). Las personas enterradas en la tumba M-U 615, no habrían sido Mochicas y habrían rechazado en gran medida los cánones de la iconografía promovida por estos. Este distanciamiento es visible en otros aspectos de las prácticas funerarias, como el uso de cámaras para entierros de numerosas personas. Las cámaras Mochicas que habíamos encontrado eran muy diferentes por ser el resultado de un solo evento funerario, por presentar nichos en las paredes, por sus proporciones y, evidentemente, por su contenido. Sin embargo, otros aspectos, como la posición y orientación de los cuerpos si se mantuvieron. El complejo juego de rechazos y aceptaciones de la tradición Mochica resultó más paradójico cuando se excavaron las capas más profundas de la tumba M-U 615, donde encontramos, pegados al piso de la cámara, los restos de los primeros ocupantes de la cámara. Estos estaban ataviados con artefactos y adornos semejantes a los que habíamos encontrados en las tumbas de las Sacerdotisas (Figuras 8 y 9). Máscaras, penachos y copas de metal aparecen en esta tumba, marcando una fuerte continuidad con la forma del entierro de las Sacerdotisas Mochicas (Figura 20).

 

Figura 20. Máscaras funerarias asociadas con los niveles inferiores de la cámara M-U 615. Nótese el parecido con la máscara funeraria de la Sacerdotisa Mochica Tardía hallada en la tumba M-U 41 (ver Donnan y Castillo 1994, Lámina XV-2).

Figura 21. Colección de cerámica de estilo Cajamarca o de influencia Cajamarca excavada en SJM.

Hasta que se descubrió la tumba M-U 615, no habíamos dado un énfasis especial al estudio del periodo Transicional, aun cuando comenzábamos a intuir, desde que se inició el proyecto, que se trataba de una ocupación muy compleja y diferente a la ocupación Mochica precedente (Rucabado y Castillo 2003). El periodo Transicional es, por un lado, un lapso de tiempo que abarca los 150 años que transcurrieron entre el final de la hegemonía Mochica y el comienzo del estado Lambayeque en el valle de Jequetepeque (Figura 4); por otro lado, es una tradición cultural distinguible que se caracteriza por el rechazo de los cánones Mochica y por la síntesis de tradiciones de la costa y sierra del norte. Original-mente, habíamos planteado que, al colapsar el estado Mochica, y a lo largo del periodo Transicional, no habría existido un poder político centralizado en el valle de Jequetepeque. En este vacío de poder, las comunidades locales tuvieron la libertad de ejercer y exhibir sus propias preferencias culturales, artísticas, socio-económicas y funerarias, lo que se reflejó en una diversificación estilística y en una multiplicación de las identidades reflejadas en la cultura material (Castillo 2000b, 2001, 2003). Actualmente, dada la abundancia de información sobre el periodo Transicional recuperada en SJM, y particularmente de su fase Temprana (Figura 4), estamos replanteando y cuestionando nuestra concepción inicial de la organización política del Fenómeno Transicional. Es evidente que hubo una mayor continuidad en ámbitos del manejo ideológico del poder y que la organización social presentó una segmentación tan compleja como la que había existido en el Mochica Tardío (Rucabado 2006).

 

Figura 22. Colección de cerámica de estilo Wari o de influencia Wari excavada en SJM.

Una peculiaridad del periodo Transicional es la presencia frecuente de cerámica de estilos foráneos en contextos funerarios y ceremoniales, particular-mente de varias versiones del estilo Cajamarca y estilos de las tradiciones Wari o asociadas a ella (Figuras 21 y 22). La evidencia de estas relaciones de larga distancia había aparecido ya en los contextos funerarios Mochica Tardío, incluso en las tumbas de las Sacerdotisas de Moro, pero mientras allí eran muy raras las piezas de estilos importados, en las tumbas y contextos del periodo Transicional se multiplicaron hasta hacerse, en algunos casos, los estilos dominantes.

En el otro extremo de la historia ocupacional del sitio, en el Periodo Mochica Medio, las excavaciones se concentraron en áreas de densas concentraciones de tumbas. El estudio de las concentraciones funerarias, de sus distribuciones y diferencias relativas aportaron importante información para en-tender el desarrollo del valle de Jequetepeque. Entre las temporadas del 2000 y 2002 hallamos una concentración de casi 30 tumbas Mochica Medio dispuestas una al lado de otra en un área de excavación de 250 metros cuadrados (Del Carpio, en prensa; Figuras 23 y 24). Este hallazgo, sumado a un numero semejante de tumbas del mismo periodo encontradas dispersa en diversos sectores de excavación, permitió ahondar en el entendimiento de los patrones funerarios durante el período Mochica Medio; de esta forma se determinó la posible existencia de concentraciones que corresponderían a diferentes grupos, quizás originarios de diferentes comunidades del valle de Jequetepeque o de otras regiones.

Al realizar comparaciones con otros contextos funerarios de la zona Mochica Norte se pudo confirmar la contemporaneidad de estas tumbas con las de Sipán y Pacatnamú (Alva 2004; Donnan y McClelland 1997). Las tumbas Mochica Medio halladas en SJM, sin embargo, son más simples que aquellas encontradas en otros sitios, con excepción de la tumba de bota M-U 1411 (Figura 11). Por lo general se trata de tumbas de bota pequeñas y poco profundas, que contienen a un individuo extendido sobre su espalda con muy pocas asociaciones. A diferencia de las tumbas de los periodos siguientes, en el Mochica Medio sólo se incluían una o dos botellas o cántaros en cada tumba. La ventaja evidente de ver las tumbas en grupos y concentraciones, dadas las dimensiones de las unidades de excavación, fue el poder confirmar que muchas veces grupos de personas compartieron la misma tradición funeraria, como por ejemplo enterrarse con cuellos de grandes cántaros a manera de adornos y ofrendas, o tumbas que compartían una orientación inusual. A primera vista, los datos que recuperamos sobre el Mochica Medio nos indicaban que había sido un periodo de marcada fragmentación, lo que se reflejaba en la coexistencia de varios núcleos diferenciados de tumbas en el sitio y en sus prácticas funerarias que, si bien eran muy semejantes en lo general, se distinguían en aspectos que podían resultar de gran importancia como las asociaciones, la localización y la orientación de las tumbas.

 

Figura 23. Concentración de tumbas Mochica Medio del Área 15-16.

Además de las observaciones de carácter horizontal, es decir, de las correlaciones entre los diferentes componentes y, por lo tanto, de su contemporaneidad e interacción, nos interesaba establecer de manera precisa las relaciones verticales, es decir, de estratificación y superposición. No sólo queríamos saber qué hechos habían sucedido simultáneamente y qué contextos se habían producido a la vez, sino que queríamos determinar cuál había sido el orden correcto de los hechos. Para este fin era indispensable tener un alto control sobre las superposiciones, las continuidades y discontinuidades, los procesos de evolución formal, etc. Generalmente, podemos estudiar la evolución a partir de las variaciones for-males de objetos del mismo tipo, a través de tipologías y seriaciones, pero estos métodos siempre nos dejan la duda de si las trasformaciones formales no se derivan de condicionantes evolutivos sino de factores sociales o fuentes de influencia externas. Una forma de cerámica determinada, por ejemplo, puede ser reemplazada por otra, o puede evolucionar hacia otra. En el primer caso el proceso se genera de manera exógena, mientras que en el segundo es el resultado de un proceso interno. En San José de Moro esta reflexión, que resulta generalmente teórica en sitios con una historia ocupacional más corta y sencilla, se torna complejísima.

 

Figura 24. Concentración de tumbas Mochica Medio del Área 24.

A fin de precisar la historia ocupacional de SJM hemos empleado tanto criterios de evolución formal como criterios estratigráficos. Nos percatamos que uno sin el otro, ó a veces más uno que el otro, podían ofrecernos una mejor imagen de la evolución cultural en el sitio. En algunos casos fue posible ubicar superposiciones estratigráficas significativas, que además separaban periodos distinguibles. En otros casos la superposición por sí sola no nos ofrecía la resolución que requeríamos para poder apreciar la evolución de un fenómeno. A la larga, además, el elemento más diagnóstico para estudiar la evolución cultural ha sido la cerámica y, por lo tanto, el estudio de la evolución de los estilos cerámicos ha sido crítico, así como su asignación a pisos de ocupación y tumbas. Somos conscientes, sin embargo, de las limitaciones que tiene la evolución de los estilos de artefactos como indicador de transformaciones sociales, así que nuestra aplicación de los criterios anteriores no ha sido automática e irreflexiva, sino que ha tratado de ajustarse a otros indicadores. Por ejemplo, presumimos que los cambios que separan el Periodo Mochica Tardío del Transicional deben ser más evidentes y de mayor magnitud que los que separan, por ejemplo, las fases internas de cualquiera de estos dos periodos. En el primer caso deben registrarse abandonos de tradiciones y formas e incorporaciones de nuevos patrones, mientras que en el segundo caso serán básicamente procesos graduales de evolución formal, como el que llevó a los cántaros típicamente Gallinazo de cuello alto, recto y evertido a cuellos en forma de «S», más típicos del Mochica Medio.

Aplicando estos criterios hemos llegado a definir una secuencia muy detallada de periodos y fases (Figura 4). En su conjunto, estos periodos y la comprensión, todavía parcial, de las razones y condicionantes, así como las características y formas que tomó cada momento, nos ha permitido formular una compleja historia de la ocupación de San José de Moro. En esta historia, San José de Moro se comenzó a ocupar durante el Periodo Mochica Medio, que presenta las fases A y B. Luego siguen el período Mochica Tardío, que aparece con las fases A, B y C, seguido por el Periodo Transicional, en sus fases A y B. Finalmente el sitio fue ocupado por dos sociedades foráneas, Lambayeque, en la que se pueden distinguir al menos las fases culturales A y B (Bernuy, en prensa) y Chimú, que ocupó algunas de las zonas más elevadas del sitio y cuando cambió la naturaleza de SJM, convirtiéndose en un emplazamiento dedicado a la producción de chicha (Prieto 2004; Prieto y Lena 2005).

La tercera fase del proyecto se había planteado con el objetivo de perfeccionar nuestra comprensión de la historia ocupacional de San José de Moro y por extensión del valle de Jequetepeque. Como se ha vis-to, el énfasis en este periodo estuvo dado al estudio de los Periodos Mochica Medio y Transicional. En realidad, para esta fase nuestra comprensión del Periodo Mochica Tardío, sobre todo en lo que respecta a las prácticas funerarias, ya estaba llegando a un nivel de saturación. Como veremos en la última sección, el énfasis a partir de este momento fue entender los aspectos más puntuales de las prácticas ceremoniales anexas a los entierros. Al finalizar el tercer periodo de investigaciones en SJM era evidente que muchas de las conclusiones que habíamos alcanzado, particularmente la rica historia ocupacional del sitio, tenían que ser refrendada fuera de él, en asentamientos contemporáneos.

4.- Perspectivas regionales y el periodo Transicional (2002 a 2006)

Luego de diez años de trabajos en SJM y teniendo una razonable certeza de las características del sitio y los artefactos que hallamos en él, de sus funciones ceremoniales y funerarias, así como de su compleja historia ocupacional, era posible y necesario contrastar los resultados obtenidos, en primer lugar, con los datos que existían para el valle de Jequetepeque, y en última instancia con el desarrollo de las sociedades complejas de la costa norte. Ahora bien, extender automáticamente a todo el Jequetepeque o a toda la costa norte nuestras conclusiones respecto a la historia ocupacional de SJM no era posible, aun cuando es práctica común en la arqueología peruana. Por ejemplo, no teníamos seguridad si el periodo Transicional (Figura 4), que en SJM es tan significativo, mostraba las mismas características fuera del sitio, o incluso si existía. Salvo una observación de Wolfgang y Gisela Hecker (1987) acerca de una peculiar cerámica que llamaron Pacanga, el Transicional de SJM no había sido reportado en otros sitios o no había sido distinguido de otros componentes culturales. ¿Es lícito, entonces, afirmar que el mismo proceso de desestructuración cultural, los intensos contactos con sociedades de la sierras norte y central o el eclecticismo estilístico que siguen al colapso Mochica en SJM se pueden aplicar a zonas aledañas del Jequetepeque o a otros valles? Tampoco teníamos certeza si la cerámica de línea fina (Figura 5) o los entierros de bota y cámara (Figuras 10-11 y 8-9, respectivamente), tan característicos para la ocupación Mochica de SJM, se daban de la misma manera en el resto del valle. ¿Acaso estos objetos y contextos son expresiones de una práctica funeraria singular de SJM, o era este sitio el único repositorio de tumbas de élite, por lo que este tipo de contextos y objetos cerámicos sólo aparecerían allí? Para algunas de las fases culturales descritas en SJM, las correlaciones locales y regionales eran evidentes. Por ejemplo, el periodo Mochica Medio parecía corresponder muy bien con la ocupación descrita por Donnan y Cock para Pacatnamú (1986, 1997) e incluso parecía corresponder con las tumbas de Sipán, que corresponderían a esta fase (Del Carpio, en prensa). Sin embargo, a falta de un estudio regional, no sabíamos cuál había sido el ámbito de extensión de la ocupación Mochica en esta época, o cuál era el grado de proximidad e integración entre los diferentes centros. ¿Habían estado todos los sitios Mochica Medio integrados en una sola entidad política centralizada, o habrían coexistido numerosas formaciones independientes que, sin embargo, habrían compartido un estilo de cerámica?

Nuestra aproximación al desarrollo de una perspectiva regional difería de otras que partían de un examen general de los patrones de ocupación (ver, por ejemplo, Billman 1999; Dillehay 2001), puesto que se sustentaba en los trabajos previos de reconocimiento del valle (Hecker y Hecker 1990; Ravines 1982) sumado al estudio sistemático y sostenido de un sitio con una rica estratigrafía y una amplia complejidad en manifestaciones culturales. Dado el peculiar carácter inductivo de nuestra investigación, que partió de la especificidad de SJM para llegar a comprender el desarrollo general de las sociedades que habían habitado la costa norte, nuestro objetivo regional estuvo dirigido a verificar la existencia, extensión y condición de los patrones y la evidencia que habíamos encontrado en San José de Moro, a constatar la validez y aplicabilidad de la secuencia, a determinar las interacciones entre las diferentes partes del valle y, por lo tanto, a reevaluar el papel del sitio como centro ceremonial regional. Un conjunto de cuestiones puntuales, como la existencia y extensión de ciertos rasgos (tumbas de cámara y bota o la producción masiva de chicha), estilos cerámicos locales típicos (Mochica Tardío de línea fina, Mochica Tardío polícromo o Mochica Medio con pintura morada) o estilos importados (Wari, Cajamarca, Chachapoyas o Nievería), era de particular interés, ya que su existencia y distribución ayudaría a entender las dinámicas al interior del valle durante la larga ocupación del sitio. Todo esto nos permitiría pasar de una «historia ocupacional» para San José de Moro, donde se daba prioridad a los artefactos, la estratigrafía y las secuencias, a una «historia regional», donde el énfasis estaría puesto en los procesos que configuraron al valle de Jequetepeque a lo largo de los mil años en que SJM estuvo activo.

Como consecuencia de esta ampliación y de una correlación estrecha entre los hallazgos de SJM y la evidencia cultual del resto del valle, quisimos abordar la explicación de una serie de procesos culturales (orígenes, desarrollo, colapsos, alianzas, movimientos e influencias) documentados en el sitio pero que por su naturaleza se debía extender a todo el valle y, en general, a la costa norte. Por ejemplo, creíamos que la ampliación del estudio ayudaría a entender las tendencias de desarrollo que se expresan en la larga historia ocupacional de SJM, la naturaleza de la organización política y productiva, la conformación de redes de abastecimiento de materias primas, de producción y distribución de productos como la cerámica o los metales. Por estas razones, a partir del año 2001 el PASJM se convirtió en un programa de investigaciones interdisciplinario y de escala regional. Si bien hemos seguido centrando nuestro esfuerzo principal en San José de Moro y en la parte norte del valle de Jequetepeque, hemos intentado involucrar en nuestra estrategia de investigación otras aproximaciones y, directamente o a través de otros investigadores, el estudio de otras áreas del valle y otros sitios (Figura 2).

El año 2002 iniciamos una prospección sistemática de la cadena de montañas comprendidas entre los ríos Jequetepeque y Chamán (cerros Farfán, Santa Catalina, Murciélago, Charcape y San Idelfonso; Ruiz 2004). Este estudio y la información recogida por otros investigadores (Dillehay 2001; Swenson 2004) revelaron aspectos insospechados en los patrones de ocupación prehispánicos, como la casi completa inexistencia de sitios que contuvieran cerámica Transicional, en contraste con una abundancia de sitios correspondientes a las ocupaciones Mochicas, Lambayeque y Chimú. Algunos de los sitios presentaban proporciones monumentales y recurrentemente estaban rodeados de múltiples murallas o ubicados en zonas inaccesibles y de fácil defensa. Nuestro primer esfuerzo fue caracterizarlos en términos de los materiales arqueológicos que contenían, compararlos con los materiales hallados en SJM y, en función de ello, situarlos en la secuencia ocupacional.

En lo que respecta a la ocupación Mochica, el estudio de la distribución de sitios en la zona inter-media del valle de Jequetepeque permitió reconocer sitios asociados con los periodos Mochica Medio y Tardío, así como sitios o zonas donde los materiales de ambos periodos aparecen mezclados como consecuencia de una larga ocupación (Figura 25). El mapa que se reveló a medida que los sitios y su cerámica iban siendo reportados era muy indicativo para documentar cuándo ocurrió la expansión Mochica hacia la zona norte del valle (técnicamente correspondiente al valle del río Chamán) y qué característica había tenido este proceso. La distribución de la cerámica Mochica Medio, no sólo en San José de Moro sino en otros sitios de la parte norte, confirmó que la ampliación de valle había sido un fenómeno asociado con el periodo Mochica Medio y no con el Mochica Tardío como se había planteado (Dillehay 2001). Una segunda peculiaridad es que los sitios donde aparece la cerámica Mochica, tanto del periodo Medio como del Tardío, están amurallados, lo que señalaría que este fue un tiempo de competencia y conflicto interno. Paradójicamente, los sitios Mochica Medio están amurallados, por lo que parecería que la competencia y el conflicto que llevaron a la fragmentación del valle se originaron cuando se dio la expansión del sistema de irrigaciones y no fueron, como se había supuesto, una consecuencia tardía de la ampliación (Swenson 2004).

 

Figura 25. Sitios Mochica Medio y Mochica Tardío en la parte norte del Valle de Jequetepeque.

El estudio prospectivo del valle de Jequetepeque ha continuado a fin de verificar una serie de hipótesis alternativas acerca del establecimiento del estado Mochica Temprano en la parte sur del valle (en lo que actualmente es San José, Pacasmayo y San Pedro) y su posterior destrucción por efecto de un mega fenómeno El Niño (Michael Moseley, comunicación personal 2003). Este colapso habría originado la necesidad de ampliar la frontera agrícola hacia el norte, es decir hacia la zona del valle de Chamán en las actuales jurisdicciones de Guadalupe, Chepén y Pacanga (Figura 26).

En el 2003 decidimos estudiar un sitio Mochica Tardío de manera más intensiva a fin de verificar si se cumplían los postulados de la cronología propuesta y de entender la función que estos sitios tuvieron en las estrategias de control territorial en el valle (Johnson, en prensa). Seleccionamos el sitio de Portachuelo de Charcape, un asentamiento Mochica Tardío ubicado estratégicamente a un lado del abra que corta los cerros de Charcape y que permitiría controlar un acceso privilegiado entre el valle de Chamán y el mar. Antes de nuestras excavaciones, este sitio, así como muchos otros sitios arqueológicos de la región, había sido parcialmente excavado por Dillehay y Swenson (Figura 27). Nuestro trabajo se limitó a excavar un sector muy pequeño del sitio aledaño a la zona excavada por los investigadores que nos antecedieron y a elaborar un mapa del sitio y sus componentes. Las colecciones de cerámica recuperadas, particularmente una frecuencia muy alta de ollas con «cuello plataforma» y cántaros con cuellos decorados con la faz del «Rey de Asiria» (Ubbelohde-Doering 1952) indicaban que la ocupación principal del sitio correspondía a la fase Mochica Tardía B (Castillo 2000b: 158-160; Figura 28). A esta evidencia positiva se suma una consistente evidencia negativa: prácticamente no se halló evidencia de cerámica diagnóstica de otros periodos Mochicas. Respecto a su naturaleza y ubicación, Charcape parece haber sido un sitio defensivo, ubicado exprofesamente en la parte desértica del valle, separado de otros asentamientos por montañas y murallas y compuesto de algunas residencias de élite y un par de edificios que bien pudieron ser templos (Swenson 2004). Asociado a estas estructuras aparecieron fragmentos de cerámica de línea fina. También aparecieron muchas estructuras donde encontramos grandes cantidades de recipientes de cerámica utilizados para almacenamiento. El sitio, por lo tanto, combinó funciones administrativas y residenciales con funciones ceremoniales en un espacio un tanto limitado; parece ser la versión reducida de un pequeño asentamiento rural.

 

Figura 26. Actuales jurisdicciones del Jequetepeque Norte (Chafán, Guadalupe, Pueblo Nuevo, San Ildefonso, Chepén y Pacanga).

Figura 27. Plano esquemático del sitio arqueológico de Portachuelo de Charcape con indicación de los principales sectores registrados.

Otro de los sitios examinados, cerro Ciudadela Pampa de Faclo (Figura 29), presentó casi exclusivamente cerámica de estilo Mochica Medio, predominando cántaros grandes con cuellos decorados con caras impresas. En este sitio no encontramos ollas de cuello plataforma, que son la forma más frecuente en sitios Mochica Tardíos. Finalmente, en cerro Chepén la cerámica parece corresponder tanto con ocupaciones Mochica Medio como Mochica Tardío.

El panorama que se está construyendo a partir de estos estudios y su correlación con SJM es el de una historia regional mucho más fragmentaria, menos centralizada e integrada de lo que habíamos presumido. La existencia de centros ceremoniales regionales y de grandes asentamientos, como cerro Chepén, permitiría presumir que sí hubo integración y centralización, quizá no de manera permanente, pero sí por periodos suficientemente largos como para que se construyeran las murallas y residencias del sitio, o lo suficientemente frecuente, como para que se diera una concentración tan densa de ocupaciones en San José de Moro. El estudio de los sistemas de irrigación que acompañaron a la expansión y que seguramente fueron su sustento está dando luces aún más detalladas de la forma en que se desarrolló el valle de Jequetepeque (Castillo, en prensa; Figura 30). Como dijimos más arriba (Castillo y Uceda, en prensa), la configuración política del estado Mochica de Jequetepeque tuvo como factores más recurrentes la variabilidad y la inestabilidad, lo que nos ha llevado a pensar que tuvo un carácter más oportunista que estructurado, más contingente que planeado y, por tanto, debió haber sido mucho más débil, pero también más flexible.

 

Figura 28. Colección de cerámica de estilo Mochica Tardío excavada en el sitio de Portachuelo de Charcape que incluye fragmentos de botellas de línea fina y cántaros cara gollete.

El estudio regional que hemos emprendido nos enfrentó con la paradoja de no entender si el desarrollo que estábamos documentando era una singularidad del valle de Jequetepeque, o si, por el contrario, era el comportamiento regular de la sociedad Mochica en su periodo final. En otras palabras, la fragmentación territorial y el faccionalismo político podrían bien haber sido la norma y no la excepción en las sociedades Mochica Tardío. La única forma de resolver esta duda era emprender excavaciones en otros sitios contemporáneos fuera del valle de Jequetepeque. Además de SJM dos sitios Mochica Tardío de grandes proporciones han sido estudiados de manera intensiva: Galindo (Bawden 1996; Lockard 2005) y Pampa Grande (Shimada 1994).

Cuando se excavó en ellos por primera vez, en los años setenta, la arqueología Mochica estaba en su infancia, por lo que resultaba imposible comprender el papel que estos sitios tuvieron en el proceso final de esta sociedad. Ambos sitios fueron excavados muchos años antes de los descubrimientos de Sipán (Alva 2004) y de la división de la sociedad Mochica en múltiples estados (Castillo y Donnan 1994b). Hoy, más de treinta años después y luego de muchos y muy elaborados trabajos arqueológicos para este periodo, resulta imperativo volver a estudiar esos sitios.

Los investigadores originales de Pampa Grande habían planteado una serie de hipótesis respecto a la naturaleza del sitio, a la compleja estructura social del periodo Mochica Tardío que se refleja en él, a su formación mediante una reducción forzosa de la población, a su carácter de ciudad prisión para la mayoría de sus habitantes y a su colapso como efecto de una suerte de revuelta social (Shimada 1994). Investigar Pampa Grande, donde el fenómeno Mochica Tardío tiene una forma tan distinta, con estructuras monumentales y cerámica muy parecidas a las de Galindo y estando este sitio a tan corta distancia de SJM, era un imperativo para entender cómo dos procesos aparentemente coetáneos pueden haberse dado con tanta diferencia. Establecer la contemporaneidad entre estos dos sitios es en sí misma una tarea muy difícil, por la falta de información respecto a los estilos cerámicos de Pampa Grande y por la escasez de fechados de SJM. Aun cuando tenemos algunos buenos fechados de Pampa Grande, no es posible simplemente trasladar estas fechas a SJM, cuya historia ocupacional se inició más temprano, durante el Mochica Medio, y continuó en uso, aparentemente, mucho después de que Pampa Grande colapsara.

 

Figura 29. Cerro Catalina, Ciudadela Pampa de Faclo, sitio Mochica Medio ubicado al este de Pacatnamú, al pie del cerro del mismo nombre, posible refugio asociado con las aldeas Mochicas aledañas.

En Pampa Grande, ubicada a 60 km de SJM, en la parte media del valle de Chancay-Lambayeque, iniciamos en el 2004 una investigación centrada en la sección sureste del sitio, en la zona denominada Piedemonte Sur (Shimada 1994). Esta sección no es de carácter monumental, aun cuando incluye algunas pequeñas plataformas con rampas y recintos ceremoniales. Más parecería que estuvo compuesta por grandes espacios delimitados por murallas para uso administrativo, productivo, de almacenamiento y de residencia. Nuestro proyecto es concentrarnos en esta sección por los siguientes años, tratando de completar un mapa integral y de excavar en áreas escogidas por el tipo de configuración arquitectónica. Dentro de estas áreas estudiaremos los artefactos que se encuentren a fin de definir su asignación cronológica y las funciones de las unidades arquitectónicas. Resulta imprescindible para entender el periodo Mochica Tardío definir si existieron correlaciones entre SJM y Pampa Grande. A estas alturas del trabajo, y después de dos temporadas de excavaciones y mapeos conducidas por Ilana Johnson, parecería que los componentes cerámicos son totalmente diferentes en ambos sitios. La cerámica Mochica es muy semejante a la que se encuentra en Galindo y difiere en for-mas y estilos decorativos de la que encontramos en SJM. Asimismo, no se ha encontrado cerámica de estilos Wari o relacionados ni de filiación Cajamarca, mientras que cerámica de estilos y formas relacionadas con Gallinazo aparecen con frecuencia. Estas observaciones confirman los hallazgos de Shimada y la misión del Museo Real de Ontario, pero no explican la naturaleza del sitio ni el carácter discontinuo de la presencia Mochica V en la región. Más trabajos se requerirán para abordar estos problemas.

A la vez que emprendimos la investigación regional del fenómeno Mochica, continuamos de manera aún más intensiva con las excavaciones en SJM. Durante los últimos años se han estudiado 15 unidades de excavación, lo que hace un total de aproximadamente 12000 metros de superficies de ocupación, expuestos y registrados. Con una extensión de esta magnitud ha sido posible documentar muy detalladamente aspectos que ya conocíamos del sitio, como la producción y consumo de chicha, las alineaciones y organización de las «paicas», la organización de los espacios funerarios, los procesos de abandono del sitio en los tránsitos entre periodos, la reocupación e intrusiones en el periodo Lambayeque, la «capa de fiesta», etc. El estudio de horizontes de ocupación, donde se hacen coincidir capas de las diversas unidades a fin de tener una idea espacialmente más amplia de la ocupación y sus características, está en cur-so, así como el perfeccionamiento de los patrones funerarios con la adición de los contextos encontrados en estos años.

 

Figura 30. Sistemas de irrigación del valle de Jequetepeque desarrollados desde el Periodo Mochica Medio.

Las excavaciones de tumbas pertenecientes al periodo Mochica Medio continuaron durante la cuarta fase del proyecto confirmándose los patrones de alineamiento y agrupamiento. En la Unidad 24 se excavaron tumbas en las que se había conservado restos de los ataúdes de caña (Del Carpio, en prensa; Figura 12). Estos son muy semejantes a los ataúdes que Donnan encontró en Pacatnamú, cajas estrechas hechas con caña y sogas al interior, en las cuales estuvieron los cadáveres envueltos en telas (Donnan y McClelland 1997). Una característica de las tumbas Mochica Medio es que aparecen en concentraciones o alineamientos, tal como Donnan los halló en el cementerio H45CM1 de Pacatnamú (Donnan y McClelland 1997). En San José de Moro hemos podido documentar al menos dos concentraciones en las que destaca el entierro de un individuo masculino adulto con muchas ofrendas, rodeado de tumbas más simples con la misma orientación (Del Carpio en prensa). Estos individuos presentaban un tratamiento más elaborado que los entierros que los rodeaban, incluyendo varias piezas de cerámica ornamentada y artefactos metálicos inusuales como herramientas y un tocado. La tumba M-U 725 incluía piezas metálicas de cobre dorado que formaban un tocado con la efigie de un felino, así como un conjunto de doce herramientas líticas y metálicas asociadas tecnológicamente a la etapa de los trabajos de decoraciones y acabados (Figuras 31 y 32). La presencia de estos elementos resalta elocuentemente el rol y la posición social del individuo así como su evidente especialización productiva, pero también nos ofrece la posibilidad de documentar la relación estrecha e inalienable entre los artesanos y sus herramientas. Parecería que los metalurgistas tuvieron en la sociedad Mochica Medio funciones fundamentales que los ligaban a las élites gobernantes en tanto producían los artefactos a través de los cuales se materializaba la ideología del poder (De Marrais et al. 1996) y, en última instancia, la identidad del grupo (Fraresso, en prensa).

 

Figura 31. Tumba de bota Mochica Medio M-U 725,
perteneciente a un adulto masculino ataviado con un
tocado de felino y asociado a herramientas de decoración
metalúrgica.

Nuestra aproximación al problema de la identidad ha tenido un recorrido peculiar. En primera instancia estudiamos la identidad a través de criterios estrictamente arqueológicos, fundamentalmente las concentraciones de tumbas, donde suponíamos que individuos del mismo grupo compartirían el mismo espacio funerario; y a través del estilo, puesto que asumíamos que las personas que compartían las mismas afinidades culturales y sociales tenderían a realizar sus artefactos con las mismas formas y decoraciones. Estos criterios, lamentablemente, resultaron estrechos y nos aportaban sólo un valor cronológico a la definición de la identidad. Nuestra segunda aproximación fue a través del estudio de los materiales, es decir, de qué materias se componían los artefactos. Artefactos hechos con los mismos materiales deberían haber sido producidos por las mismas personas o talleres. Este estudio tampoco está siendo concluyente por sí mismo puesto que otra vez constatamos que las materias primas, sean metales o arcillas, fibras o tintes, eran productos que se podían transportar desde largas distancias, se intercambiaban u ofrecían como muestras de lealtad o sumisión, e incluso después de haber sido usados una vez podían ser reutilizados o reciclados (Pernot 1998; Fraresso, en prensa), por lo que no necesariamente determinan un origen especifico. Finalmente hemos llegado a la conclusión de que la aproximación correcta al estudio de la relación entre artefactos e identidades está dada por la respuesta a la interrogante de cómo se hizo el artefacto y no sólo con qué materiales estuvieron hechos (Figuras 33 y 34). La relación objetomateria/objeto-función parecería ser la aproximación más fructífera. Con este criterio y luego de este largo proceso, hacemos ahora la «lectura tecnológica» de los artefactos metálicos (Fraresso, en prensa) y la cerámica (Rohfritsch 2006) a fin de determinar las «cadenas productivas» que permitieron su fabricación. Esta aproximación nos permitirá reconstruir los modos, las habilidades, los proceso productivos y las cadenas de abastecimiento de materiales que, en última instancia, conformaron la(s) identidad(es) productiva(s) de la sociedad Mochica.

Figura 32. Tumba M-U 725, dibujo de planta.

Figura 33. Reconstitución del tocado asociado al individuo de la tumba M-U 725. Observación en microscopia óptica de la superficie pulida en sección de una garra metálica revelando restos de dorado por reemplazo electroquímico.

Figura 34. Conjunto de herramientas para técnicas decorativas de orfebrería registradas en la tumba M-U 725. a) Observación en microscopia óptica tras un ataque químico de la muestra del cincel M7. Microestructura dendrítica típica de vaciado. b) Observación en MEB. La forma alargada de los poros y de las dendritas así como la presencia de numerosas líneas de deslizamiento observadas al nivel del filo indican que el cincel de cobre arsenical (97,2% Cu y 2,8% As) fue elaborado a partir de un esbozo vaciado en un molde. Se finalizó la fabricación martillando la parte activa para darle más dureza y resistencia.

Figura 35. Capa de Fiesta del Área 24. Nótese la presencia de paicas y ollas abandonadas, así como el desgaste del piso arquitectónico mezclado con una densa capa de sedimento orgánico. Estos elementos constituyen evidencia de una intensa actividad en el área.

Las investigaciones respecto del Mochica Tardío en la cuarta fase del PASJM, si bien continuaron con el estudio de las prácticas funerarias y ceremoniales, se centraron en la naturaleza de los pisos de ocupación y los entierros «informales». Los pisos y capas de ocupación Mochica Tardío son fácilmente distinguibles de otras ocupaciones por su forma y por los materiales que incluyen. Una serie de materiales muy diagnósticos, como se dijo más arriba, caracteriza a esta ocupación, además de que en ambos extremos del periodo, es decir, en las capas estratigráficas que separan el periodo Mochica Tardío del Mochica Medio y del Transicional, encontramos cambios en la composición del relleno. Estas capas son de naturaleza más natural que cultural, es decir, fueron el resultado de acarreo eólico o pluvial o de deposiciones de materiales orgánicos. Parecería que en los momentos de tránsito el sitio no fue ocupado de manera tan intensa y que el bosque de algarrobos (Prosopis pallida) y otras especies endémicas se fue apoderando del área, produciendo capas de relleno que mezclaron material de acarreo eólico con descomposición de materiales orgánicos. Ahora bien, estas interfaces no son homogéneas en el sitio, y muchas veces están entremezcladas con entierros y ocupaciones menos intensas; en otras palabras, más que un abandono, evidencian una disminución en la intensidad de la ocupación. En la interface entre el Mochica Tardío y el Transicional es donde se pudo confirmar la presencia de lo que habíamos venido llamando la «capa de fiesta» (Castillo 2003; Figura 35). Parecería que esta capa corresponde con un even-to terminal, justo antes del colapso de los Mochicas, en el que se dejaron semienterradas ollas de tamaño mediano, seguramente usadas para producir la chicha ritual, con el objetivo de volver a ellas en la próxima oportunidad ceremonial. Si este fue el caso, la presencia tan frecuente de este tipo de materiales podría significar que la disminución en la intensidad de uso del sitio por los Mochica Tardío fue súbita y terminante y que las personas que enterraron las ollas en la «capa de fiesta» nunca pudieron regresar al sitio. También es posible que las ollas enterradas por ciertos grupos y, por lo tanto, en ciertos sectores de SJM, no hayan sido reclamadas porque sus propietarios fueron, por alguna razón, excluidos del sitio. Esto sería muy congruente con un estado de guerra endémica y enfrentamiento entre las poblaciones del valle, escenario que hipotéticamente hemos postulado para el final del Mochica Tardío (Castillo, en prensa).

 

Figura 36. Capas 8 y 10 del Área 26. Se observa y compara la intensidad de la ocupación y las características arqueológicas de las superficies de uso de la primera capa Mochica Tardío (Capa 8) y la última capa del periodo Mochica Medio (Capa 10).

En lo que respecta a los pisos de ocupación, se ha podido verificar que hubo momentos en los que las actividades ceremoniales se intensificaron, produciéndose muchas más alteraciones en los pisos de ocupación, mientras que en otros la intensidad fue menor (Figura 36). Parecería que la mayor intensidad está relacionada con la construcción de tumbas y con rituales funerarios, mientras que en ausencia de tumbas la actividad fue menor. No todas las tumbas descubiertas en SJM para el periodo Mochica Tardío fueron de individuos de la élite. Con frecuencia se han encontrado cuerpos dispuestos en tumbas de fosa muy superficiales, con muy pocas o ninguna asociación. Estos restos, entre los que abundan los niños pequeños y las mujeres, parecen corresponder con individuos de las clases bajas de la sociedad Mochica. Hemos denominado a estos entierros «informales» puesto que no se ajustan a los patrones funerarios de las élites Mochicas. Un estudio realizado con una colección de casi cincuenta de estos entierros ha revelado que su adhesión a los criterios de orientación y posición del cuerpo son mucho más diversos que los que encontramos en tumbas de bota (Donley 2004). Los entierros «informales» aparecen en las capas de relleno adyacentes a los pisos donde se preparaba y consumía la chicha. Es de suponer que las personas enterradas en ellos corresponden a las clases bajas de la sociedad Mochica por sus pobres asociaciones y poca preparación de las tumbas. Dado que estos entierros no presentaron ningún caso de «huesos a la deriva» (Nelson y Castillo 1997), suponemos que estas personas participaron en las actividades de servicio relacionadas con la preparación de la chicha y que murieron durante las fiestas.

En la cuarta etapa de las excavaciones en SJM le hemos dado más atención al estudio del periodo Transicional y en particular a sus prácticas funerarias. Como dijimos antes, el énfasis en un periodo o aspecto en desmedro de otros es en parte producto del azar, puesto que simplemente nos «encontramos» con contextos muy significativos pertenecientes a dicho periodo; y en parte producto del diseño, puesto que a partir de un hallazgo fortuito, por ejemplo un tumba Transicional, desarrollamos una estrategia para poder abarcar otras manifestaciones del mismo fenómeno. Nuestra intención última es poder correlacionar los fenómenos horizontalmente, con otros contextos de la misma época, y verticalmente, con fenómenos que son sus antecedentes y consecuentes.

A partir del 2002 enfatizamos las exploraciones de la zona norte de la «Cancha de Fútbol», en un área que previamente había recibido poca atención del programa (Figura 3). En esta zona excavamos una serie de áreas que contuvieron evidencia notable de las prácticas funerarias Transicionales, particular-mente tumbas de cámara de diversa forma y contenido (Figura 37). Estratigráficamente las tumbas aparecían en dos capas superpuestas. En la capa superior aparecieron tumbas pequeñas de cámara, de forma cuadrada muy semejantes unas a las otras. En la capa inferior encontramos cámaras más grandes y de formas más diversas con asociaciones singularmente ricas. Hemos optado por considerar estas diferencias estratigráficas y su correlación con diferentes tipos de tumbas, como suficientemente significativas como para confirmar la división del periodo Transicional en dos momentos que llamamos las fases A y B (Figura 4). Así, el Transicional B, la fase tardía, se asocia con tumbas pequeñas y cuadradas, que inusualmente fueron en su mayoría saqueadas o alteradas en la antigüedad y en las que abunda la cerámica de estilo Cajamarca (Bernuy y Bernal, en prensa; Figura 38). En este estilo lo típico son platos y cuencos, de base anular o trípode, engobados y/o elaborados íntegramente con caolín y decorados con pintura de línea fina de motivos abstractos (Figura 21). En el Transicional A, la fase más temprana, las tumbas tienen formas menos similares entre sí, con un rango de tamaño que va desde cámaras de siete por siete metros, con nichos en las paredes y subdivisiones internas (Tumba M-U 1242; Figura 39), hasta cámaras cuadradas de cinco por cinco metros, sin nichos y con múltiples individuos y reocupaciones (Tumba M-U 615). Las tumbas de la fase Transicional A, quizá por su proximidad temporal con el periodo Mochica Tardío, contienen más objetos verdaderamente de tránsito, es decir, que combinan rasgos claramente Mochicas con características propias de la cerámica de los periodos que se desarrollaron subsecuentemente. Además aparecen otros artefactos de tradición Mochica como crisoles, adornos de metal y piruros, así como cerámica de estilo Cajamarca, aunque en menor proporción que en la fase siguiente (Bernuy y Bernal, en prensa).

La diferenciación del periodo Transicional en dos fases se ha confirmado estratigráficamente en una serie de zonas del sitio. En algunas de las unidades excavadas la presencia del periodo Transicional fue más bien leve y consistió de superposiciones de pisos muy desgastados. Cabría la posibilidad de que en la zona norte se haya dado una ocupación más intensa, o que se haya definido una suerte de recinto funerario, donde la intensificación de la ocupación determinó que pudiéramos distinguir fases y no sólo capas. La idea de un recinto se sustenta en el hecho de que hemos encontrado el área parcialmente circundada por un muro sólido de metro y medio de alto. Este muro definiría un espacio cuadrangular al interior del cual se ubicó la mayoría de las tumbas que describiremos a continuación (Figura 40).

 

Figura 37. Plano del sector norte de la «Cancha de Fútbol» de SJM donde se observa la concentración de tumbas de cámara del Periodo Transicional junto a otras tumbas de fosa asociadas al mismo periodo

Figura 38. Cámara Transicional Tardío M-U 1217. Nótese los cráneos humanos, fragmentos de cerámica y grandes lajas de piedra disturbados al interior del recinto.

Durante la fase Transicional B las tumbas características son cámaras pequeñas, de aproximadamente dos por dos metros, con accesos ubicados generalmente en la pared norte (Figura 41). La construcción de las cámaras presenta marcadas diferencias, ya que en algunos casos las paredes estaban enlucidas, mientras que en otros habían sido dejadas prácticamente sin tratamiento; en unas el piso era plano, compuesto por una gruesa capa de barro fino, y en otras era irregular y presentaba alineamientos de adobes sueltos. En todos los casos parece que estas tumbas fueron semisubterráneas, que estuvieron techadas y que el ingreso a ellas se hacía por un acceso en el muro norte. Lo que resulta enigmático de estas tumbas es que sus contenidos están mezclados e incompletos, sus restos humanos están desarticulados y alterados en sus posiciones, y que muchos objetos y fragmentos han desaparecido de las tumbas. En consecuencia, resulta muy importante tratar de reconstruir y entender los sucesos que llevaron a las tumbas Transicionales B al estado en que las encontramos. Aun cuando algunas de las cámaras han aparecido completamente vacías, dos parecen ser los tipos de contenidos: a) las que contienen entierros secundarios de huesos sueltos y ofrendas mayoritariamente fragmentadas, y b) las que contienen restos óseos humanos que claramente fueron primarios y estuvieron articulados, pero que al momento de hallarlas habían sido alteradas, notándose la falta de numerosos huesos y la aparición de ofrendas rotas y desperdigadas tanto dentro de las cámaras como fuera de ellas. El primer caso es inusual para la costa, aun cuando en los complejos arqueológicos de Huaca de la Luna y El Brujo se han encontrado evidencias irrefutables de entierros donde parecería que los huesos y las ofrendas hubieran sido extraídos de alguna tumba importante y llevados allí en sacos, con la tierra que tuvieron asociados, para ser reenterrados (Franco et al. 2001; Uceda 1997). Las cámaras Transicionales del primer tipo son ejemplos de este tratamiento y sus ocupantes provendrían de lugares alejados. En el estudio de este tipo de cámaras se documentó que los individuos estaban incompletos, que abundan los huesos largos y los cráneos, mientras que los huesos pequeños, sobre todo dedos, costillas y vértebras, aparecieron en números mucho más bajos. Esta carencia de huesos pequeños nos hace suponer que cuando los restos humanos fueron retirados de sus entierros primarios, se extrajeron sólo los huesos más grandes, dejando los pequeños en el lugar. Si bien los entierros secundarios son minoritarios en la costa, la práctica de los «huesos a la deriva» es muy frecuente en los entierros Mochicas (Nelson y Castillo 1997; Verano 2001). En esta práctica los restos óseos de individuos Mochicas aparecen fuera de su posición anatómica debido a que los cadáveres se trasladaban cuando ya su descomposición estaba muy avanzada. El lugar donde moría un individuo y el lugar en que era enterrado podían es-tar muy alejados y también podía transcurrir mucho tiempo entre una situación y otra. Ambas prácticas funerarias parecerían haber estado ligadas con cultos a los ancestros que habrían requerido el traslado de los restos de los mismos y su localización en SJM.

 

Figura 39. Tumba de cámara Transicional Temprano M-U 1242, la cámara funeraria más grande excavada en SJM. Nótese la entrada alargada orientada al suroeste que conecta con el anexo interior. La antecámara contiene la mayoría de ofrendas cerámicas e individuos sacrificados, mientras que en la cámara se halló el ataúd principal enchapado con placas de cobre pero que sin embargo estaba vacío.

El segundo tipo de tumbas de cámara de la fase Transicional B, las que aparecen alteradas y en desorden, es aún más inusual por las condiciones en las que encontramos los artefactos y restos humanos. La condición inusual de este tipo de cámaras es que fueron abiertas y alteradas en algún momento entre el final del periodo Transicional y la ocupación Lambayeque. Ubicarlas para alterarlas no debe haber sido una tarea difícil entonces, puesto que por su carácter semisubterráneo deben haber sido bastante conspicuas. Dentro de ellas lo que encontramos son restos humanos alterados, movidos de lugar y muchas veces desmembrados. Las asociaciones, mayoritariamente huesos de camélidos y cerámica, aparecieron alterados, rotos y en desorden, dentro y fuera de las cámaras, a veces a varios metros de la entrada. En el caso de las ofrendas parece no faltar nada, al menos nada notorio. Estas tumbas contuvieron muy pocos artefactos de metal, que aparecen fraccionados. En suma, las tumbas de cámara de este tipo parecen haber sido alteradas, desacralizadas y desfiguradas intencionalmente, lo que nos lleva a plantearnos el por qué de esta práctica.

 

Figura 40. Lado sur del Muro Perimetral que encierra la concentración de tumbas Transicionales del sector norte de la «Cancha de Fútbol» de SJM, registrado en el Área 27.

La sustracción de elementos o restos no parece haber sido el móvil de la alteración. Para explicar este inusual fenómeno pareciera necesario preguntarnos acerca la construcción de las relaciones entre los individuos y los territorios, en las formas de generar la estructuración del mundo, en su apropiación y en la legitimación de derechos de propiedad a partir de ritos de ancestralidad. La alteración de estos contextos habría tenido el efecto inverso al de los entierros secundarios, puesto que en este caso se destruían y se alteraban las tumbas seguramente para desmontar la legitimidad y la propiedad del territorio que habría sido simbólicamente construida con los contextos funerarios trasplantados. Es interesante anotar que las dos variedades de tumbas de cámara del Transicional B contienen frecuentemente materiales foráneos, particularmente cerámica de estilo Cajamarca y Viñaque (Figuras 21 y 22). Sobre este tipo de cerámica se ha documentado el mayor número de marcas post-cocción, práctica muy inusual y que a todas luces identifica al propietario y no al productor, ya que aparece la misma marca sobre piezas de alfares totalmente distintos (Figura 42). Todo esto nos hace sospechar un posible origen serrano de las personas enterradas en las cámaras. Para una comunidad migrante, la afirmación de legitimidad a partir de un «traslado de ancestros» y de la implantación de una «comunidad funeraria» habría sido una estrategia coherente. Así mismo, para quien hubiera tratado de erradicarlos del lugar, destruir los símbolos de su legitimidad habría sido igualmente coherente.

 

Figura 41. Cámara Transicional Tardío M-U 1311. Nótese el grado de alteración de los restos humanos y las vasijas al interior de la cámara.

Un ejemplo alternativo de tratamiento funerario complejo durante la fase Transicional B es la tumba de fosa múltiple M-U 1221 (Rengifo 2004; Rengifo y Barragán 2005). Se trata de una tumba de fosa profunda en la que se identificaron los cuerpos de seis personas, asociadas con cráneos humanos, ceramios, piruros y artefactos en miniatura, en hueso, metal y piedra (Figura 43). Lo que resulta peculiar de esta tumba es la complejidad de la secuencia de enterramiento de los siete ocupantes (Figura 44). Primero, sobre una matriz recortada en un piso Mochica, se colocaron dos mujeres, una al lado de la otra orientada hacia el suroeste; luego se depositaron, sobre las anteriores, otros tres individuos, un hombre, una mujer y un niño; finalmente, se colocó sobre los restos anteriores a un hombre adulto. Todo parece indicar que entre cada deposición transcurrió un lapso de tiempo prolongado, suficiente como para que los únicos restos fueran huesos. Adicionalmente, el hombre adulto recibió como ofrenda ocho cráneos humanos que se dispusieron alrededor de su cuerpo y en el relleno de la tumba. De estos, sólo uno presentaba vértebras cervicales lo que hace presumir que los otros fueron posiblemente extraídos de otras tumbas. Las asociaciones cerámicas son del mismo tipo que las que aparecieron en las cámaras pequeñas, predominando la cerámica de estilo Cajamarca y las botellas negras típicamente Transicionales. Además, apareció una gran cantidad de piruros, restos malacológicos, líticos, artefactos de metal y una concentración de limonita. Un estudio cuidadoso de estos artefactos revela que en su conjunto ellos pudieron tener una función ritual asociada a actividades de curandería o chamanismo. Esta pudo ser la tumba de uno o varios curanderos o curanderas que fueron enterrados a lo largo de un extenso periodo de tiempo. Cabe señalar que la mayoría de artefactos de posible uso chamánico estuvo asociado con una mujer adulta que fue la primera ocupante de la tumba. La tumba M-U 1221 es inusualmente rica para ser una tumba de fosa, pero su singularidad también reside en la distribución de algunos de sus elementos. Dos aspectos singulares fueron el uso de algunos huesos largos extraídos de las primeras ocupantes y que fueron usados para crear un lecho sobre el que reposó el hombre adulto del último evento funerario. Así también se halló una flauta de arcilla insertada en la zona púbica de una de las mujeres del segundo grupo. Ambas prácticas no tienen antecedente en el registro arqueológico de la costa norte.

 

Figura 42. Fragmentos de cerámica con marcas post-cocción asociados al periodo Transicional y excavados en SJM.

Las modalidades funerarias propias de la fase Transicional A son muy diferentes a las tumbas de la fase Transicional B, seguramente porque se derivan de procesos culturales y sociales donde el peso de la entonces fenecida tradición Mochica y el reconocimiento o distanciamiento de ella parecen ser fundamentales. Corresponde a este periodo la tumba M-U 615, discutida anteriormente, en la que encontramos un patrón funerario en el que múltiples individuos fueron enterrados en la misma cámara a través de un proceso continuo de deposición (Rucabado 2006, en prensa). Algunas tumbas de fosa, simples en su contenido y disposición, también corresponden a la fase Transicional A, aun cuando resulta difícil diferenciarlas de las que corresponden a la siguiente fase. Dos tumbas de cámara excavadas en las temporadas 2002 y 2004, las tumbas M-U 1045 y M-U 1242 respectivamente, destacan por su riqueza y porque a través del estudio de sus formas y contenidos y del ritual que llevó a su elaboración, podemos advertir las características esenciales de esta época de cambios fundamentales en la historia del Jequetepeque.

La tumba M-U 1045 es uno de los contextos funerarios más ricos y complejos excavados en San José de Moro (Figuras 45 y 46). Por su ubicación temporal, su forma, contenido y organización, esta cámara funeraria es una suerte de eslabón entre las tumbas de cámara Mochicas Tardías y las tumbas de cámara Transicionales. La cámara M-U 1045 tiene una planta rectangular, con banquetas laterales y un acceso abierto en la pared norte, así como cuatro columnas que sostenían un techo compuesto por vigas y viguetas (Figura 46). En las paredes tiene nichos que contuvieron gran cantidad y diversidad de asociaciones, incluyendo maquetas, cerámica de diversos estilos y orígenes, huesos de camélidos, crisoles y artefactos de uso ritual. Como sucedió en el caso de las cámaras Mochicas, algunos nichos aparecieron vacíos y no es posible determinar si originalmente contuvieron artefactos fabricados con materiales orgánicos, como madera o textiles, que no han sobrevivido. La cámara parece haber sido construida para albergar los restos de tres ocupantes principales, dos mujeres y un niño, que se encontraron en ataúdes dispuestos sobre el piso (Figura 46). Además de estos, aparecieron asociados, a manera de ofrendas, dos hombres jóvenes extendidos y orientados de la misma manera que los individuos principales. Sobre las demás asociaciones, a manera de último aporte a la tumba, se colocó un envoltorio cuadrangular dentro del cual se hallaron cuatro niños pequeños y las piernas de tres individuos adultos.

 

Figura 43. Tumba Transicional M-U 1221, perteneciente a posibles Chamanas enterradas con varios de los artefactos que habrían usado en sus rituales. Nótese que además de los 7 individuos enterrados, se adicionaron 8 cráneos humanos como ofrendas.

Formalmente, es decir si sólo consideramos su estructura, la tumba M-U 1045 es muy semejante a las cámaras Mochicas de las Sacerdotisas, excepto por el acceso y los nichos de la pared norte. Las dimensiones, la división en una antecámara y la cámara misma, el hecho de que haya tenido cuatro grandes columnas, la ubicación y orientación de los individuos principales, la distribución y organización de la cerámica (alrededor de 300 piezas) son factores que señalan una serie de continuidades con el patrón funerario de élite Mochica Tardío. Estas semejanzas contrastan con las marcadas diferencias en el tipo y decoración de la cerámica. En esta tumba se encontró una numerosa colección de cerámica Cajamarca, incluyendo platos, cuencos, cucharitas y cántaros (Figura 47). En muchos casos encontramos dos ejemplos casi idénticos de cada pieza de cerámica Cajamarca, así como marcas post-cocción con diseños complejos, que incluyen la panoplia emblemática para San José de Moro (Figura 48). Las piezas duplicadas y las marcas post-cocción, características de la cerámica Cajamarca ya antes mencionada, también se dieron en ceramios de otros tipos y orígenes. La tumba M-U 1045 se ubica no sólo temporalmente en el tránsito que ocurre al final del periodo Mochica, sino que conceptualmente reúne rasgos de las dos tradiciones, adiciona una fuerte influencia externa y sintetiza estas tradiciones dando lugar a la peculiar identidad del periodo Transicional. Finalmente, cabe señalar que si se pudiera reconocer alguna identidad o función de parte de los ocupantes, mayoritariamente femeninos, es que se asocian a artefactos de uso en actividades de curanderismo y brujería. Esta atribución, frecuente en tumbas complejas de San José de Moro, es quizá el elemento de continuidad entre una época y otra. En los albores del periodo Transicional, San José de Moro siguió siendo un centro ceremonial y de prácticas chamánicas independientemente de que en ese momento no pareciera haber cristalizado una identidad cultural singular o que una sociedad o grupo estuviera a cargo.

 

Figura 44. Secuencia de deposición de la tumba M-U 1221 a partir de los dibujos de planta de cada uno de los niveles excavados.

Figura 45. Tumba de Cámara Transicional Temprano M-U 1045. Nótese la gran cantidad de cerámica dispuesta en los nichos, sobre el piso y alrededor de los individuos principales colocados al centro de la tumba.

Figura 46. Tumba M-U 1045, dibujo de planta.

Figura 47. Tumba M-U 1045. Finas cucharas de estilo Cajamarca, una vasija retrato y otros ejemplares cerámicos Transicionales al momento de su excavación.

Figura 48. Tumba M-U 1045. Vasija retrato con una marca post cocción, el diseño corresponde a la panoplia de SJM.

Figura 49. Tumba M-U 1242. Placa de cobre recortada que presenta el diseño de la Sacerdotisa de Moro sosteniendo una copa, representación que originalmente aparece en la cerámica de línea fina del periodo Mochica Tardío.

El segundo contexto funerario notable de la fase Transicional A es la tumba de cámara M-U 1242 (Del Carpio y Delibes 2004; Figura 39). La cámara tiene una planta rectangular de siete por siete metros, lo que la convierte en la tumba más grande excavada en San José de Moro, definida por un muro de adobes con nichos amplios y bajos y estuvo dividida longitudinalmente en dos partes con la «cámara» y «antecámara» funeraria en el lado este y el «anexo» en la lado oeste. El acceso a la cámara se hacía por una rampa ubicada al suroeste, que conducía a una apertura en la pared sur. Dada la amplitud de la cámara el techo necesitó nueve columnas de madera y un intricado sistema de vigas y viguetas. La cámara funeraria contenía los restos de un ataúd rectangular, originalmente hecho de madera enchapado con placas de metal recortadas en forma de olas y escaleras. Otras placas tenían un intricado diseño calado donde se podía ver a una mujer ataviada con una falda y con el pelo trenzado, adornada con un tocado compuesto por dos plumas de bordes aserrados, que lleva una copa en la mano (Fraresso 2007; Vallet 2007; Figura 49). Esta representación corresponde exactamente con las imágenes clásicas de la Sacerdotisa Mochica (Donnan y Castillo 1992). El ataúd, sin embargo, estaba vacío; su ocupante original había sido extraído y su tapa, ornamentada con las placas en forma de la silueta de la Sacerdotisa, apareció apoyada contra la pared de la cámara. La alteración de esta tumba, si bien no tan radical como la que encontramos en las tumbas de cámara de la fase Transicional B, indica un comportamiento que se generalizaría después con la alteración sistemática de todos los contextos funerarios. ¿Se escaparon de esta destrucción las tumbas de cámara de la fase Transicional A porque no eran visibles, o la destrucción no estuvo dirigida contra ellas?

 

Figura 50. Tumba M-U 1242. Ejemplares de cerámica post Mochica registrada como parte de las ofrendas cerámicas de la cámara

Figura 51. Tumba M-U 1242. Colección de cerámica proto Lambayeque hallada en uno de los nichos de la cámara.

Figura 52. Tumba M-U 1242. Colección de platos de estilo o influencia Cajamarca hallada en uno de los nichos de la cámara.

A los pies de la cámara y en un nivel un tanto más bajo encontramos más de 10 individuos sentados y echados sobre el piso y una concentración de cerámica de diversos tipos y formas, en las que platos de estilo Cajamarca son las formas más frecuentes (Figura 21). Todas estas evidencias definían un conjunto al que denominamos la «antecámara» funeraria. En esta sección de la tumba también encontramos evidencias de alteración intencional en la distribución de los artefactos, pero en este caso había además evidencia de que agua y barro habían penetrado en la tumba, alterando la posición de los restos óseos y la cerámica. Ambas alteraciones, la intencional y la natural, parecen haber ocurrido algunos años después de que la tumba fue clausurada. Asimismo, no hay razones para suponer que la sustracción del ocupante del ataúd no ocurrió a la vez que se alteró la «antecámara».

La última sección, el «anexo», ocupaba la mitad oeste de la tumba. En el «anexo» la mayoría de las asociaciones se encontró en los nichos donde hallamos grandes cantidades de botellas y platos de cerámica, crisoles, maquetas muy incompletas y restos de camélidos. El aspecto más interesante de la distribución de los objetos hallados en los nichos de las paredes norte y oeste del «anexo» fue que cada uno de ellos contuvo vasijas de cerámica de diferentes estilos. En uno de los nichos aparecieron piezas de clara inspiración Mochica, pero con un tratamiento menos acabado (estilo «Post Mochica», Figura 50). En el segundo encontramos dos botellas negras de doble pico y puente decoradas con sapos modelados y un personaje con tocado de cuatro cuernos (estilo «Proto Lambayeque», Figura 51). En el tercer nicho encontramos una maqueta de arcilla cruda y una concentración de platos de estilo Cajamarca (Figura 52). Finalmente, delante de uno de los nichos, en el relleno sobre el piso, apareció una concentración de tres vasos de estilo Wari Viñaque (Figura 53). Estas tres magníficas piezas se suman a dos botellas encontradas en la antecámara que, en conjunto, representan uno de los hallazgos más notables de cerámica Wari en la costa norte del Perú (Figura 54). Estas piezas fueron fabricadas originalmente en algún lugar del sur del Perú y transportadas a San José de Moro para acabar su recorrido en uno de los nichos de la tumba M-U 1242. La excavación de la tumba M-U 1242 hasta ahora nos va revelando una gran continuidad de algunos rasgos Mochicas, como la presencia de la imagen de la Sacerdotisa, pero en el contexto de una composición muy cosmopolita que se refleja en los estilos cerámicos presentes. Estos deben ser el reflejo de la compleja situación política y cultural que definió al periodo Transicional durante su fase A.

 


Figura 53. Tumba M-U1242, nicho con cerámica Wari Viñaque al momento de su excavación.

Además de las excavaciones de contextos Mochicas y Transicionales, durante la cuarta fase del proyecto se ha excavado una gran cantidad de contextos perteneciente a la ocupación Lambayeque (Bernuy, en prensa; Nelson et al. 2000). Como se dijo antes, la presencia de la tradición Lambayeque en SJM no se expresa en monumentos o edificios y es un tanto difícil definir si alguno de los pisos excavados correspondería con la llegada de esta tradición. Nos inclinamos a pensar que la ocupación Lambayeque corresponde al inicio de la decadencia de SJM, cuando declina el sitio como centro ceremonial regional en beneficio de Pacatnamú, pero conservando aún un cierto prestigio y consecuentemente recibiendo aún entierros de cierta importancia. Se trató, por tanto, de una ocupación menos intensa y mayoritariamente compuesta por contextos funerarios intrusivos. Las tumbas Lambayeque parecerían corresponder a dos tipos en base a los objetos que contienen: a) las que presentan cerámica Lambayeque clásica, muy semejante a la encontrada en Batán Grande (Shimada 1995; Figuras 55 y 56) y b) las que, aunque semejantes, no corresponden con el patrón clásico, ni presentan las formas usuales como el «Huaco Rey» o las botellas de base pedestal (Nelson et al. 2000; Figura 57). Nos inclinamos a pensar que las diferencias entre estas dos variedades funerarias se deben a su ubicación cronológica. Las tumbas que no corresponden al patrón clásico parecen ser más antiguas y en ellas la tradición Lambayeque Temprana se habrían originado como una evolución del Transicional (Nelson et al. 2000). La segunda variedad, más apegada a la norma Lambayeque, sería más moderna y en estas tumbas podríamos ver cómo se impone sobre el valle de Jequetepeque el control de un estado expansivo foráneo. Esta división es tentativa puesto que no podemos descartar que ambos tipos sean contemporáneos, expresando entonces diferentes identidades, más o menos afines a la «civilización» Lambayeque (Shimada et al. 2004). Recientemente, sin embargo, esta concepción del fenómeno Lambayeque como intrusivo ha cambiado un tanto, ya que hemos hallado una estructura de grandes proporciones, que podría haber sido un palacio o residencia de élite, en la zona sur de la «Cancha de Fútbol». Esta estructura incluye pisos gruesos y pulidos, paredes enlucidas y pintadas con diseños polícromos y una demarcación de zonas de actividades de almacenamiento y reparación de alimentos (Prieto y López 2007; Figuras 58 y 59). Aun cuando está todavía en estudio, la presencia de esta estructura nos revelaría que la presencia Lambayeque pudo haber sido más intensa de lo que esperábamos.

 

Figura 54. Tumba M-U1242, colección cerámica de influencia Wari registrada en esta cámara funeraria.

Figura 55. Tumba Lambayeque M-U 1209, un clásico ejemplo de esta tradición, con el individuo en posición flexionada y con una botella tipo «Huaco Rey».

Finalmente, la ocupación Chimú se ha localizado únicamente en las zonas altas de las huacas que rodean la «Cancha de Fútbol». Durante las primeras temporadas (1991 y 1992) se perfilaron algunos pozos de huaqueros para determinar la secuencia estratigráfica de los montículos de SJM. En la parte superior de estos cortes estratigráficos se documentó una importante presencia de materiales Chimú así como algunos entierros. Posteriormente, en la temporada de campo del año 2000 se hizo una trinchera en un montículo anexo a la Huaca Alta, lográndose definir en las capas superiores una densa estratigrafía de capas domésticas de filiación Chimú, en las que predominaba basura orgánica y utensilios para la preparación de alimentos. A partir del año 2004 se continuaron las excavaciones en este montículo, esta vez por medio de una gran área de excavación (Área 35) que ha llegado a tener más de 20 por 30 metros de extensión (Figura 60). El montículo tiene una planta cuadrangular orientada al noreste en la que se superponen 13 capas ocupacionales asociadas al periodo Chimú. Todas la capas de ocupación parecen corresponder a un centro especializado en la producción de chicha, el cual contaba con áreas específicas para cada fase de la producción (áreas de preparación, de maceramiento–expendio y de almacenamiento) (Prieto 2004; Prieto y Lena 2005; Figuras 61 y 62). Aunque no es extraña la producción de chicha en San José de Moro, especialmente durante el periodo Mochica Tardío, esta siempre estuvo asociada a ceremonias funerarias y actividades ceremoniales de carácter regional (Castillo 2003). Durante el periodo Chimú SJM la producción de chicha parece haber continuado en gran escala, aun cuando SJM ya no funcionaba como un cementerio ni como un centro ceremonial de escala regional.

 

Figura 56. Secuencia de botellas tipo «Huaco Rey» procedentes de contextos funerarios excavados en SJM.


Figura 57. Tumba Lambayeque M-U 508, se observa al individuo principal en posición flexionada con un tumi sobre sus manos, así como algunas vasijas registradas como parte de este contexto.

Figura 58. Residencia de élite Lambayeque excavada en la Unidad 35 de SJM. La vista corresponde a la parte central, posiblemente la cocina y área domestica de la residencia.

Figura 59. Mural policromo que decoraba una de las paredes del sector norte de la residencia de élite Lambayeque, que habría correspondido con el área pública de este conjunto.

Figura 60. Área 35, Capa 7, correspondiente a la ocupación Chimú Tardía de SJM.

Una posible explicación del carácter de este sector del sitio se deriva de la lectura los datos etnohistóricos producidos durante los primeros años de la conquista en el valle de Jequetepeque. En ellos se menciona que los primeros españoles que llegaron a esta región observaron varias tabernas, es decir, espacios destinados a la producción y distribución de chicha que, según Ramírez (2002), fueron centros de producción especializados, manejados y controlados por los curacas o señores locales de los pueblos para proveerse de ella y «pagar» así sus deberes de reciprocidad y redistribución (Ramírez 2002). Durante el periodo Chimú SJM habría sido uno de los lugares en los que se producía chicha en cantidades suficientemente grandes como asegurar un suministro confiable. La chicha, en el contexto de las interacciones establecidas por el estado Chimú, debió funcionar no sólo como medio de pago ritual, o como elemento de activación ceremonial, sino como agente de integración social, fundamental para establecer las alianzas estratégicas a partir de relaciones de parentesco (Castillo 2001, 2003). La proximidad entre SJM y el centro administrativo Chimú del Algarrobal del Moro (Mackey 1997) permitiría inferir que existió una relación funcional entre los dos sitios, siendo el primero el espacio productivo y el segundo la sede administrativa desde donde la élite Chimú debió ejercer el poder. La comparación de los materiales asociados a ambos ha permitido definir que son contemporáneos. Los datos recuperados enel Área 35 no nos permiten establecer algún tipo de actividad doméstica o de habitación, por lo que queda descartada alguna función residencial. Con respecto al destino del brebaje, dado que nuestros cálculos nos permiten inferir que se producía continua-mente más de 1000 litros de chicha (Prieto 2006), podemos inferir que esta fue utilizada en ceremonias de escala estatal, en fiestas comunales, y seguramente en ceremonias de culto a los ancestros que hipotéticamente se habrían realizado en las plazas del centro administrativo del Algarrobal del Moro. El hecho que una bebida aparentemente de consumo cotidiano (Camino 1987) fuera producida en centros especializados controlados por el aparato estatal y al mismo tiempo fuera consumida bajo condiciones especiales, cargadas de un profundo simbolismo, le otorga un valor agregado que el estado pudo mane-jar como parte del control de ciertos bienes en su afán por ostentar y mantener la legitimidad y el or-den impuesto (Baines y Yoffee 1998). Al parecer, durante el periodo Chimú, esta estrategia fue parte de una compleja red de abastecimiento de productos claves como, por ejemplo, la cerámica fina, los textiles, los objetos de metal, etc., los cuales fueron controlados por el estado y consumidos en situaciones especiales.

 

Figura 61. Área 35, Capa 13, correspondiente con un área de producción masiva de chicha durante el periodo Chimú.

Por el momento nos falta definir cuál fue el sistema de aprovisionamiento utilizado para obtener las materias primas y las vasijas necesarias para la producción. El descubrimiento de hornos para hacer paicas en el sitio de Farfán (Mackey 2005) indicaría que el mismo estado fue el encargado de fabricar y distribuir los utensilios necesarios para la producción de chicha, logrando al mismo tiempo la estandarización en las medidas de almacenamiento (Prieto 2006). En asociación con las vasijas de preparación y maceración de chicha se ha hallado una vasta cantidad de utensilios de madera y textiles, así como restos vegetales en muy buen estado de conservación que, en conjunto, habrían sido parte del mismo proceso productivo.

Si bien es cierto SJM no fue más un centro ceremonial de escala regional, no estuvo excluido de la vida política, productiva y ceremonial del valle. Probablemente la construcción del centro administrativo del Algarrobal del Moro y del centro de producción de chicha indicaría que el prestigio del sitio no se perdió y que, por el contrario, los nuevos grupos que ostentaron el poder reconocieron el peso de su rica historia ocupacional, la cual debió seguir vigente por muchos años más en la memoria colectiva de los pobladores del valle de Jequetepeque.

Conclusiones y direcciones

Luego de 15 años de trabajos en San José de Moro las preguntas que nos hacen con más frecuencia son si continuaremos los trabajos en el sitio y por cuánto tiempo. Si bien no se concibió así en su inicio, el PASJM se ha convertido en un programa regional de investigación, de largo plazo y de carácter multidisciplinario. En principio, el centro de la investigación es el sitio, pero a partir de él y de las problemáticas que se desprenden de su investigación nos hemos visto obligados a abarcar otras zonas del valle de Jequetepeque e incluso Pampa Grande en el valle de Chancay. Además, hemos estado en continuo diálogo con otras investigaciones de larga duración, particularmente los proyectos Sipán, Huaca de la Luna, El Brujo y Dos Cabezas, con quienes hemos compartido recursos, datos e ideas, en un diálogo de provecho para todos. Concordamos con otros colegas en que una investigación arqueológica debe proponerse una dimensión regional de análisis, pero esta no debe excluir el que se enfatice el estudio intensivo de sitios claves, ni creemos que cada programa de investigación deba cubrir toda una región. El grado de desarrollo de la arqueología de la costa norte nos obliga a complementar nuestras estrategias y a comparar nuestros hallazgos y sus interpretaciones con los de otros programas, no por razones altruistas, sino para cumplir con los objetivos que nos trazamos.

Como dijimos en la introducción, un compromiso de muchos años en un sitio reviste ciertos riesgos y ventajas. Los riesgos más evidentes son que se relativice el desarrollo de una región a partir de los hallazgos de sitios excepcionales, que, como SJM y Pampa Grande, pueden ser peculiares en su naturaleza. Somos concientes de que muchos de los contextos hallados en San José de Moro, como la cerámica Wari o Cajamarca, o las tumbas Transicionales de cámara, son muy singulares y no parecen repetirse fuera del sitio. Otros aspectos, como la secuencia ocupacional y su correlato en la secuencia de evolución de la cerámica, no deberían tener este carácter singular ya que deberían describir con precisión lo que sucedió en la región. Disparidades en las secuencias de ocupación o evolución, es decir, el que la misma secuencia de periodo y fases no se encuentre en otros sitios de la misma región, plantea situaciones inesperadas que deberán llevarnos a un reevaluación de los paradigmas que usamos. En la arqueología andina tendemos a descartar las interpretaciones que no concuerdan con nuestros hallazgos, desconociendo la calidad de los proyectos que generaron estos datos contrarios, cuando su mayor riqueza potencial está en su singularidad y diferencia. Tratar de contestar a la pregunta de por qué algo sucede de manera diferente en la misma época y bajo condiciones muy semejantes, nos lleva a abordar el tema de los desarrollos alternativos pero concurrentes. Así, por ejemplo, una gran paradoja de la arqueología del norte del Jequetepeque es el definir por qué no aparece más evidencia del periodo Transicional fuera de San José de Moro. Creemos que el avance más importante de la arqueología Mochica en los últimos años se debe a esta predisposición de asumir un paradigma más flexible, donde muchas cosas son posibles a la vez, donde el desarrollo tomó formas y direcciones impredecibles (Castillo y Uceda, en prensa; Quilter 2001, 2002). Los arqueólogos que trabajamos en la costa norte del Perú nos hemos acostumbrado a sorprendernos y tratamos de entender, no de predecir.

Figura 62. Paica Chimú hallada en el Área 35 cuya capacidad excedía los 400 litros de almacenamiento.

Las ventajas de un proyecto de larga duración son muchas. Los trabajos arqueológicos en San José de Moro han permitido ampliar la frontera de nuestro conocimiento sobre las sociedades de la costa norte de manera notable, particularmente porque muchos de los hallazgos y los procesos culturales de los que se derivan son originales. Por ejemplo, nos han llevado a plantear la naturaleza fragmentaria de la sociedad Mochica, en la que cada región vivió su propio desarrollo, con una coordinación muy limitada con las otras. Esto ha devenido en que tengamos que reconocer, primero, las particularidades de cada región, sus propios patrones arquitectónicos y funerarios, su propia cronología y secuencia cerámica, su propio y peculiar desarrollo en irrigación y metalurgia. Ahora bien, si todo es tan «propio» y singular, ¿dónde reside entonces lo Mochica, lo común, lo que mantuvo interconectadas a las distintas sociedades de la cota norte, lo que en ultima instancia evitó su «deriva cultural»? Parecería que, tal como Christopher Donnan ha venido arguyendo desde hace varios años, la «goma» que mantuvo unidos a todos los Mochicas fue una religión de élite, controlada y propiciada por los estados, un conjunto de prácticas ceremoniales comunes, donde las élites tenían el protagonismo en la representación y teatralización de los mitos que aseguraban la continuidad de la sociedad. Puesto que es presumible que las fuentes de poder económico y político fueran débiles o poco desarrolladas, parecería que los Mochicas fundaron su poder en una peculiar combinación de coerción e ideología. Pero esta afirmación general tiene que ser adaptada a las condiciones y formas que adquirió en cada región.

San José de Moro sólo fue la sede de un centro de influencia que integró el norte del valle de Jequetepeque y, quizá en algunos momentos, también a la parte sur. No pretendemos convertir a SJM en un centro ceremonial comparable con Pampa Grande o con los complejos de la Huaca de la Luna o El Brujo. Sí creemos que SJM, durante los periodos Mochica Tardío y Transicional, tuvo más influencia, al menos en su área, que los grandes centros ceremoniales con templos monumentales y grandes urbes. Ahora bien, en su singularidad y relativa pequeña escala, SJM ha presentado evidencia de una actividad que no se ha visto en los otros sitios. Ninguna otra zona o sitio de la costa norte de su tiempo ha producido un número mayor de cerámica de estilos Wari y derivado, o Cajamarca. En ningún otro sitio se ha hallado un número tan considerable de botellas del estilo Mochica Tardío de línea fina. En ningún otro sitio, aún, se han encontrado tumbas de Sacerdotisas tan claramente identificadas con el ritual del Sacrificio. A esto hay que sumar que pocos sitios de la costa norte tienen la densidad y complejidad estratigráfica que hemos encontrado en San José de Moro, ni presentan la variedad tan grande de tumbas, cerámica y otros materiales ordenados cronológicamente en superposiciones fácilmente distinguibles.

Pero San José de Moro es, ante todo, un sitio que nos habla elocuentemente del fin de los Mochicas, de su largo proceso de languidecimiento y de su reconstitución durante el Transicional. Este es un proceso que las capas ocupacionales y los contextos de San José de Moro ilustran vivamente, en el que es posible ver los cambios sutiles en el estilo cerámico, y en el que hablar de influencias significa medir transformaciones en las formas, colores e íconos que se usaban o dejaban de usar. Lo que todo este proceso nos dice es que el final de Moche fue en esencia una crisis de identidad, una pérdida de confianza en el liderazgo, una paulatina transformación de las esferas del poder. No está claro si las élites Mochicas al final sucumbieron o simplemente se transformaron; lo cierto es que sin duda el registro arqueológico nos expone un abandono de patrones idiosincráticamente Mochica, del cese de la construcción de tumbas y de la fabricación de objetos litúrgicos Mochicas. En el periodo Transicional, si bien constatamos algunas continuidades, lo que aparece de forma más evidente es un deliberado distanciamiento y distinción del pasado Mochica.

Sin embargo, no todo es, ni puede ser, inductivo y aleatorio. Los trabajos que hemos realizado hasta ahora nos han planteado una larga serie de preguntas respecto al origen, desarrollo, colapso y reconstitución de las sociedades complejas en el valle de Jequetepeque que no se han contestado en San José de Moro, ni se contestarán allí. Es en este ámbito donde el diseño de la investigación es más relevante y donde el trabajo concertado con otros programas de investigación es imprescindible. Excavar adecuadamente Pampa Grande y publicar documentación copiosa de sus contextos y hallazgos es imprescindible. Entender mejor los fenómenos de colapso en las diferentes regiones de la costa norte es también esencial para poder dilucidar lo que sucedió en San José de Moro. Creemos que, por ejemplo, los artistas que trajeron a San José de Moro la decoración de línea fina huyeron del valle de Moche o Chicama, pero no sabemos cuáles fueron las condiciones que los llevaron a ver como ventajoso el mudar su operación a una región ignota y posiblemente más pobre (Castillo 2001). Yendo incluso más allá, es importante tratar de entender cuáles fueron las estrategias de las sociedades Wari en su interacción con sociedades costeras y de la costa norte en particular.

Todas estas preguntas sin contestar y las líneas que nos conducen hacia otros campos de investigación y regiones geográficas justifican la continuación de los trabajos en San José de Moro, el tratar de preservar para generaciones futuras contextos intactos y el publicar sistemáticamente los resultados del Programa. También nos fuerzan a adaptarnos a los vientos que soplan en la arqueología peruana, con regulaciones excesivas e innecesarias, donde el trabajo en colaboración es una necesidad, donde el compromiso con el desarrollo sostenible de las comunidades donde estamos afincados es insoslayable y donde el compromiso con la formación de nuevas generaciones de arqueólogos es esencial para que el esfuerzo no caduque en sí mismo. Creemos que todavía no hemos visto lo mejor que San José de Moro tiene para darnos y que la arqueología de la costa norte del Perú, incluso considerando la espectacularidad de los hallazgos de los últimos veinte años, tie-ne aún secretos por develar.

Agradecimientos

Alcanzar 16 años de investigación científica en San José de Moro ha sido consecuencia de la perseverancia de todas y cada una de las personas e instituciones involucradas, que hasta hoy en día mantienen un cercano vínculo con las actividades del Pro-grama, con sus objetivos y direcciones que va tomando con el paso del tiempo. En este devenir hubo personas e instituciones que de uno u otro modo aportaron a esta causa, llegando a formar parte de un equipo multidisciplinario e internacional en un marco de cooperación científico-académica.

Entre estas instituciones queremos destacar la participación de la Pontificia Universidad Católica del Perú, a través de su Dirección Académica de Investigación y su Dirección de Relaciones Internacionales y Cooperación. También agradecemos a instituciones como el Patronato de las Huacas de Moche, la Fundación Backus, la Fundación Bruno de Fresno, el Maya Research Program, y a la Universidad de California, Los Angeles.

Finalmente, queremos expresar nuestra gratitud a personas cuya generosa participación ha permitido el desarrollo armónico y sostenido de nuestras actividades, las que también consideramos como suyas. Entre ellas reconocemos los aportes de Christopher Donnan, Alana Cordy-Collins, Don y Donna McClelland, Carol Mackey y Andrew Nelson. Así también nuestro agradecimieto al personal del Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, a sus directores Santiago Uceda y Ricardo Morales, a la familia Ibarrola en San José de Moro, en especial a Ricardo y Julio Ibarrola, y a todos los arqueólogos y más de cien estudiantes peruanos y extranjeros que han participado en las distintas temporadas de excavación y en los trabajos de análisis en los laboratorios de la PUCP en Lima. Muchos quedan ausentes en este agradecimiento, pero no en nuestra gratitud.

Notas

1 La dirección y concepción del proyecto ha pasado por tres fases. En su primera fase, entre 1991 y 1994, el proyecto fue dirigido por Christopher B. Donnan y Luis Jaime Castillo. En la segunda fase, entre 1994 y 1997, la codirección del proyecto estuvo en manos de Carol Mackey, Andrew Nelson y Luis Jaime Castillo. Desde 1998 el proyecto ha sido dirigido por Luis Jaime Castillo, en colaboración con los coautores del presente trabajo.

2 El término «Moche Fineline Art» fue desarrollado por Donnan y McClelland (1979, 1999) para distinguir un estilo pictórico de decoración que se basa en líneas extremadamente finas y diseños escenográficos complejos, de representaciones pictóricas que enfatizan el uso de áreas de color y diseños geométricos. El estilo de línea fina se originó en la fase III de la cerámica Mochica del Sur y llegó a su máxima expresión en el estilo Mochica IV pictórico. La variante Mochica Tardío de línea fina corresponde a la tradición norteña y tiene su máxima expresión en las botellas pictóricas de SJM decoradas con diseños muy abigarrados y pequeños que crean una verdadera forma de «horror al vacío» (Ver también McClelland et al. 2007).

3 El término «paica», que se emplea localmente para describir a un gran recipiente de cerámica utilizado para la fermentación de la chicha, y como sinónimo de porrón o tinaja, se deriva del término Mochica «paiyäk» (Brüning 2004: 45).

4 Una discusión más detallada sobre las tumbas de las dos Sacerdotisas Mochica Tardío, así como de otras tres tumbas complejas de mujeres, se puede encontrar en Castillo 2005.

5 Esta afirmación no es antojadiza si consideramos que, por cada 100 metros cuadrados de área excavada, sólo encontramos, en promedio, 10 tumbas correspondientes a los periodos Mochica Medio y Tardío (aprox. 500 a 850 d.C.), es decir, una tumba cada 35 años. En contraste, la evidencia de actividades ceremoniales en esos mismos 350 años es continua.

6 Los restos de quema encontrados en las paredes externas de estas paicas hacia la mitad de la vasija refuerzan esta teoría.

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